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Mauricio Ríos García

Segregación laboral

25/04/2010 - 21:29:45

La referencia m�s emblem�tica que se tiene de la segregaci�n en la historia, es la del Apartheid en Sud�frica. Un sistema legal de discriminaci�n racial que por casi cincuenta a�os priv� de derechos y privilegios a un ochenta por ciento de su poblaci�n.

En apariencia, la implementaci�n del proyecto del C�digo Laboral que el gobierno pretende implementar, apunta a una conquista social para favorecer a los trabajadores frente a quienes los contrata. Sin embargo, la regulaci�n de este proyecto es tan r�gida y compleja, que se vuelve excluyente y termina creando una segregaci�n laboral entre al menos un setenta por ciento de los trabajadores que se desenvuelven en el sector informal de nuestra econom�a, y los que se ubican en el sector formal, gozando de los derechos y privilegios establecidos por ley.

De hecho, algunos aspectos de la pol�tica laboral vigente (que ya encarecen el ingreso al sector formal), han sido cada vez m�s r�gidos durante los �ltimos tres a�os. Por ejemplo, cada vez que se decreta el incremento del salario m�nimo, no s�lo se est� creando un incentivo para la negociaci�n entre empleados y empleadores al margen de la ley, sino que se reducen las posibilidades de aquellos que est�n dispuestos a trabajar por un monto inferior al establecido por ley; y para los que desean conservar su empleo, deber�n trabajar m�s tiempo o considerar la posibilidad de recibir un sueldo inferior al que conseguir�an con su experiencia y nivel de instrucci�n calificado.

Lo mismo sucedi� en Sud�frica. Cuando se estableci� el salario m�nimo, los sindicalistas blancos sosten�an que a los empleadores les resultaba �m�s econ�mico reemplazar a europeos con mayor nivel de instrucci�n (y usualmente muy bien pagados) por personas de color, menos eficientes pero m�s baratas�; inclusive, un l�der sindicalista dijo que "ya no quedaban trabajos en la industria de la construcci�n, y que en estas circunstancias apoyaba el salario m�nimo como la segunda mejor forma de proteger a los artesanos blancos" (Williams, 1989).

Por lo general, se tiende a pensar que estas �conquistas sociales� carecen de costos. El empresario con sentido com�n, al considerar el costo total por trabajador (salario base, seguridad social, aguinaldos, vacaciones pagadas, etc.), se pregunta qu� tanto aumenta la producci�n con el nuevo empleado, o si el costo por el mismo empleado ser� recuperado en el precio del producto adicional que se produjo.

Estas conquistas no son gratuitas, puesto que no habr�a ninguna diferencia entre dar un aumento de sueldo y una prestaci�n de servicios cualquiera, si ambos tienen el mismo costo. Por el contrario, en un mercado de trabajo libre (sin regulaciones laborales), los sueldos se elevan hasta el punto en que los empleadores contratan al n�mero de trabajadores que ellos necesitan, y los trabajadores dispuestos a emplearse por ese ingreso encuentran trabajo; es decir, no existe alteraci�n (l�ase regulaci�n) en el precio fijado por la oferta y demanda del mercado.

Por supuesto que los sindicatos y los gobiernos tienen conocimiento sobre este mecanismo, por eso tienen el cuidado de no decretar el incremento salarial en un cien por ciento, pues temen que al elevar demasiado los salarios se genere mayor desempleo. Lo que buscan, sin embargo, no es permitir que el trabajador decida hacer lo que crea conveniente con el costo total de su trabajo, sino tener el poder de tomar decisiones por �l.

Hasta el momento, este tipo de regulaciones han sido implementadas por medio de la fuerza en todo lugar, y es comprensible. Cuando a las personas se les otorga derechos diferenciados, no s�lo se les aleja las posibilidades de mejorar su calidad de vida, sino que, al igual que con la segregaci�n racial sudafricana, estos podr�an ser hechos legalmente aceptados, temiendo la represi�n durante tanto tiempo, que al momento en que se d� una reacci�n violenta para revertir la ley y as� recuperar sus libertades, los problemas de nuestro pa�s ya no tendr�n que ver con las capacidades f�sicas o intelectuales de sus habitantes, sino con su condici�n como seres humanos.

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