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Armando Méndez Morales

Crisis de identidad colectiva


2013-12-09 - 14:25:21

El destacado filósofo boliviano H.C.F. Mansilla en su libro titulado: “La Crisis de la Identidad Nacional y la Cultura Política”, -que a no dudarlo debería ser de lectura obligatoria para quienes estén interesados en el destino histórico de Bolivia- sostiene que los procesos de modernización se debaten entre lo antiguo y lo nuevo, entre la preservación de la cultura política tradicional y la adherencia a la cultura occidental. Y de aquí el conflicto: “Lo Otro es lo extranjero, lo ilusorio y falaz, lo reprobable y peligroso, pero al mismo tiempo lo normativo, lo deseable y, a fin de cuentas, lo inevitable.”

Las variadas corrientes ideológicas –populistas, nativistas y nacionalistas- prevalecientes en el país reúnen ideas autoritarias no liberales con ideas de modernización técnico administrativa, pero subyace en ellas la resistencia contra la exitosa cultura occidental. Esto significa la adopción de modelos occidentales pero con fuertes resentimientos contra lo que son, buscando una nueva identidad nacional pero vinculada al renacimiento del pasado cultural y tratando que el Estado, omnipotente y administrado por iluminados, juegue el mismo rol que le tocó a la burguesía en los procesos de industrialización del mundo occidental. En América Latina el anti-individualismo y antipluralismo se alimentan del autoritarismo incaico, y del legado Ibero católico de la era colonial.

En Bolivia –y en la región- hay una acrítica revolución creciente de expectativas y que expresan el anhelo colectivo de obtener lo más pronto posible los frutos de las sociedades industriales avanzadas como algo “justo, deseable y obvio”, a cambio de mantener férreamente el control gubernamental de la población, “la que es mantenida en un estado de infantilismo político” junto al “carácter privilegiado y casi sagrado del poder y de sus detentadores”.

A partir de creer que el futuro es una mera prolongación del presente, las comunidades indígenas hacen suyas las metas del desarrollo del mundo occidental (vivir bien)  por lo que la confrontación entre lo propio y ajeno tiende a diluirse, pero ideológicamente se mantiene esa visión romántica de la historia de los pueblos indígenas como algo no contaminada por la civilización materialista e individualista propia del occidente. El pensamiento indigenista, hoy, se alimenta de la propuesta de Sartre que considera al campesinado como la llamada a construir el “socialismo antimetropolitano” y bajo la equivocada creencia de que el “subdesarrollo propio es responsabilidad ajena”.

El nacionalismo colectivista y el fundamentalismo como protesta, en el fondo, son reacciones contra la exitosa modernidad occidental. Ambas corrientes anhelan superar lo tradicional pre-industrial y alcanzar la modernidad occidental pero revitalizando la cultura autóctona; ambas tienen nostalgia por una solidaridad humana que nunca ha existido y una animadversión por la complejidad de la modernidad. Y las dos están seguras de poseer un saber redentorio sobre el destino histórico de las sociedades; privilegiando contraposiciones maniqueístas. El resultado es una ideología mixta que preserva la dominación iliberal, previa a la penetración europea, y que moviliza  a las masas en pos de metas utópicas.

Mansilla destaca que el carácter anti-individualista de las doctrinas, llámense: nacionalismo, populismo, socialismo o comunismo buscan la integración del individuo a alguna identidad colectiva, olvidando que los derechos humanos son parte integrante de una doctrina individualista occidental que tiende a ser universalista. Nos recuerda que Erich Fromm sostiene la no existencia de un alma colectiva ya que sólo los individuos poseen procesos psíquicos. A esto añadiría que, en el pasado, hubo identidades colectivas como lógica respuesta a un ambiente completamente hostil para la sobrevivencia, lo que determinaba que el sacrificio de cualquiera de sus miembros fuese un hecho natural confirmado que, para la tribu, no existiera la persona humana, pero en la modernidad sólo existen identidades individuales.
 
Los bolivianos más que nunca, hoy, debemos tomar en cuenta lo que H.C.F. Mansilla nos recuerda: los conflictos étnicos culturales de carácter violento no son una reliquia incómoda del pasado premoderno, sino fenómenos de carácter universal, cuya violencia socio-política no es progresista ni humanista.

La Paz, 9 de diciembre de 2013

*Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas

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