hoybolivia.com/movil
2024-03-28
Temas


Roman Polanski cumple 89 años y media vida prófugo por una violación: La historia de un abuso impune


18/08/2022 - 13:22:00

Infobae.- Fue hace 45 años. Mucho antes de que el #MeToo desnudara la larga lista de abusos en Hollywood y de que el nombre de Harvey Weinstein se convirtiera en un ejemplo y un punto final –se suponía– para la impunidad de los poderosos que durante décadas habían actuado como si pudieran hacer cualquier cosa con las mujeres. Varones blancos heterosexuales que habían actuado así porque podían. Porque mandaban ellos y porque, para la industria que dominaban, las mujeres eran cosas, accesorios de historias contadas casi siempre por ellos.

Samantha Gailey lo diría mucho después, en 2013, cuando publicó sus memorias –The girl. A life in the shadow of Roman Polanski (La chica. Una vida a la sombra de Roman Polanski–: “Era 1977. El mundo era diferente. Crecí en una época en la que una Jodie Foster de 13 años hacía de prostituta en Taxi Driver. Apenas un año más tarde Brooke Shields hizo una prostituta de 12 en Pretty Baby. La sexualización de las chicas de mi edad era mainstream. Estaba en todas partes”.

Por eso a nadie le pareció extraño cuando el director de El bebé de Rosemary (1968) y El inquilino (1976) le dijo en una fiesta a Susan, la madre de Samantha, que estaba buscando nenas para una producción de la Vogue francesa. El novio de la hermana de Gailey, que conocía a Polanski, le había sugerido que esa chiquita de 13 años podía ser una buena modelo. Polanski fue a la casa de los Gailey con un book de fotos de Nastassja Kinski, también para Vogue. La actriz alemana tenía sólo 15 años y ya era la favorita del franco-polaco para protagonizar Tess (1979), se decía que tenían un romance, aunque Kinski lo niega hasta hoy. Samantha también soñaba con ser modelo y tener una carrera cinematográfica.
 

Natassja Kinski, en Tess

Era marzo de 1977. En agosto del año anterior, se habían cumplido siete desde la noche macabra en que el clan Manson asesinó a puñaladas a la mujer de Polanski en Cielo Drive. Sharon Tate estaba embarazada de ocho meses cuando fue asesinada a puñaladas junto a otras cuatro víctimas. Polanski estaba entonces en Londres adaptando el guión de El día del Delfín, que finalmente no llegó a dirigir. Ahora tenía 44 años y una tragedia sobre las espaldas, pero había vuelto a filmar y se había alzado con múltiples premios y nominaciones por Chinatown (1974).

La violación de la que se declararía culpable ocurrió en la casa del protagonista de esa película: Jack Nicholson era íntimo amigo del director y estaba en pareja con Anjelica Huston. Ninguno de los dos estaba esa tarde en la mansión de Mulholland Drive; ella había salido, él estaba fuera de Los Ángeles. Fue la mucama quien abrió la puerta.

Unas semanas antes, Polanski había hecho fotos de prueba de Samantha en exteriores. Son los retratos que se hicieron famosos, en los que se ve a la niña con un vestido de algodón blanco y unas flores; de espaldas y girando la cabeza hacia el objetivo de su abusador. En otras usa jeans y una camisa abierta hasta el último botón, anudada a la altura de la cintura; está descalza. El reportaje era sobre las “Lolitas” del mundo –una palabra impuesta por Vladimir Nabokov en 1955 y popularizada en Hollywood por el film homónimo de Stanley Kubrick (1962)–. El propósito, según el propio Polanski, era “mostrar a las chicas tal y como son realmente en la actualidad: sexualmente atractivas, vivaces y absolutamente humanas”.

Susan Gailey conocía el eje de la nota y había visto las fotos eróticas de Kinski. Estaba de acuerdo en que su hija preadolescente fuera fotografiada; no sabía ni nunca aprobó que también fuera violada. “Cuando mi madre pidió venir a la sesión, Roman dijo que no le parecía buena idea –le dijo Samantha a Der Spiegel hace una década–. Los dos caminamos hasta la calle que estaba detrás de mi casa, y él comenzó a disparar. En un momento me pidió que me cambiara el top. Yo no usaba corpiño, porque todavía no lo necesitaba. Me di vuelta para cambiarme. Lo gracioso es que él siguió sacando fotos. Y entonces me dijo que girara otra vez”.
 

Gailey dice que sabía que algo estaba mal en eso, que ella –¡no el director!– había hecho algo indebido. La carga de la culpa invertida tan frecuente en las víctimas de abuso. También que no esperaba que Polanski volviera a llamarla. Dice que pensó que no estaba interesado. Cuando volvió a llamarla quince días después –el 10 de marzo de 1977–, Samantha no tenía tantas ganas de ir a la cita: sentía que lo que había pasado no había estado del todo bien. Pero a la vez quería salir en Vogue, así que eligió unos cambios de ropa. El director le dijo que iban a ir a la casa de un amigo para hacer fotos “reales”.

Una vez en Mulholland Drive, repiten las fotos en topless. Mientras las hacen, y sin coquetear con ella, Polanski le sirve champagne. Un poco después, le ofrece una pastilla de Quaalude (una potente droga hipnótica y sedante de moda en los 70). Le pregunta: “¿Sabés lo que es esto?”, y la chica responde: “Claro”. No quería quedar como una estúpida, admitirá muchos años más tarde. Para las últimas tomas, le pide que se meta en el jacuzzi. En el agua caliente, el alcohol y las pastillas terminan de hacer su efecto. Ella se marea, tiene miedo.

“Hasta que él dice que la luz ya no es buena y que se va a meter en el jacuzzi conmigo. Ahí me di cuenta de que algo estaba mal en serio. Le dije que tenía asma y salí del agua. Pero fue peor: ahora quería que me acostara y me relajara. Me llevó a un cuarto oscuro y entendí lo que quería hacer. Me sorprendí, porque yo no parecía gustarle. No sabía cómo frenarlo. Le dije que no quería ir al cuarto, le dije que no quería. Le dije que no cuando me tocó, pero cuando el ‘No’ no funcionó, ya no supe qué hacer. Pensé: ‘Dejá que lo haga y después te vas a ir a tu casa’. Yo sabía lo que era el sexo, tenia un novio, habíamos tenido relaciones. Pensaba que ya era adulta”, relataría décadas más tarde.

Polanski le preguntó si le había gustado y también cuándo había tenido el último período. La chica no respondió, estaba demasiado drogada. Después le preguntó: “¿Querés que vaya por atrás?”. Ella no tenía idea de lo que le preguntaba, pero no quería nada de nada. Dijo que no. El la volvió a violar.

Samantha no lo vivió en ese momento como un trauma irreversible y todavía sostiene que no fue así, pese a que entendió que una niña es incapaz de consentir una relación sexual con un adulto. Pero entonces, no le pareció tan grave. Sí necesitaba decírselo a alguien. Una vez en su casa, llamó por teléfono a su ex novio para contarle. Su hermana, que escuchó la conversación, le avisó a los padres. Siguió el infierno, dice Gailey: “La policía, el hospital, la fiscalía, el arresto de Polanski, los paparazzi, los teléfonos sonando sin parar”.
 

El 24 de marzo del 77, un gran jurado acusa al director de cinco cargos criminales: violación con el uso de drogas, perversión, sodomía, suministrar a una menor una sustancia controlada y estupro. En esa primera instancia, Polanski niega todas las acusaciones. Pero, en agosto de ese año, admite que es culpable de estupro a cambio de que le retiren el resto de las acusaciones. En septiembre, un juez le ordena esperar la sentencia en una cárcel californiana, pero después le otorga la excarcelación para que viaje a Europa a trabajar en su siguiente película.

El informe judicial sostiene que el cineasta se aprovechó de Samantha, aunque admite que “la adolescente parece mayor de lo que es y ya tiene experiencia sexual previa”. También reprueba a Susan Gailey: “Hubo algún indicio de que las circunstancias de la situación eran provocativas y de que había algo de permisividad por parte de la madre”. Los psiquiatras niegan que Polanski sea un pedófilo, y agregan que “la víctima no solo era madura físicamente, también parecía dispuesta”. Es la figurita repetida en cientos de causas hasta nuestros días: la culpabilización de la víctima, la pollerita corta.

Finalmente, Polanski es arrestado el 19 de diciembre de 1977, pero sale en libertad condicional apenas 42 días después gracias a un acuerdo entre la fiscalía y sus abogados. Presionado por la opinión pública, el juez determinará luego que la sentencia es insuficiente más allá del acuerdo, pero es demasiado tarde: para entonces, el director ya estaba libre y rumbo a su casa de Londres, desde donde vuela a Francia.

Hay una razón concreta para ese viaje: aunque su primera película se filmó en Polonia, Polanski nació en París el 18 de agosto de 1933; sus padres, de origen judío, habían vuelto con la familia a Cracovia en 1937 –dos años antes de la ocupación alemana– y fueron asesinados durante el Holocausto (él creció en orfanatos); el acuerdo de extradición que rige entre Estados Unidos y Francia indica que cualquiera de los dos países puede negarse a extraditar a sus ciudadanos, y el director tiene doble ciudadanía. En su país natal –pese a la orden de captura internacional–, una vez que Francia niega el pedido a la Justicia norteamericana, ya no corre peligro de ser extraditado.

En Europa, filma Tess con Kinski bajo la misma premisa de las fotos: exaltar la sensualidad ingenua de una “lolita”. Kinski, de 18 años, se convierte en uno de los máximos objetos sexuales de la época. En 1984, el director publica su autobiografía, casi como un alegato. Dice que lo de Samantha Gailey no fue una violación porque ella era “una adolescente que sabía divertirse y tomaba alcohol y anfetaminas”, y que la chica nunca le dijo “que no estaba disfrutando”.

Samantha lo volverá a denunciar después de cumplir la mayoría de edad. En un nuevo acuerdo extrajudicial, Polanski le paga a su víctima US$500.000. También le hace llegar una carta en la que le pide perdón. Gailey lo acepta, cree que “Polanski nunca se dio cuenta de que estaba haciendo algo malo. No tuvo intención de lastimarme”. Y es que el abuso estaba naturalizado. Incluso por ella, que en 1997 le escribe una carta pública –la primera de muchas– al juez del Tribunal Superior de Los Ángeles: “Como víctima de este crimen creo que los 42 días que ya ha estado preso son un castigo excesivo”.
 

Samantha se casa dos veces, tiene hijos, pasa a usar el apellido de su segundo marido –Geiner– para quitarse el estigma y se muda a Hawaii con su familia. Desde allí vuelve a abogar por la libertad de Polanski en 2003, cuando su nombre suena entre los favoritos para ganar el Oscar por la conmovedora El pianista: “Evidentemente, lo que me hizo estuvo mal, pero desearía que regresara a Estados Unidos para que esta terrible experiencia se pueda acabar por fin para los dos”, le dice a un medio hawaiano.

Prófugo, el director no puede salir de Francia –y mucho menos pisar suelo americano– sin ser detenido. No está en el teatro Kodak para recibir el premio a Mejor Director que entrega Harrison Ford, a quien dirigió en Frenético (1988). Entre la marea de aplausos, apenas se oyen algunos silbidos. La cámara enfoca, vivándolo de pie, a Martin Scorsese, Jack Nicholson, Meryl Streep, Nicholas Cage, Adrien Brody, y sí, también a Weinstein. Ford felicita a Polanski y acepta el Oscar en nombre de la Academia, no propio –nadie se atreve a hacer tanto–; la ambivalencia es la que sentimos todos.

Seis años más tarde, en febrero de 2009, el tribunal de Los Ángeles rechaza un nuevo pedido del equipo legal de Polanski: le exige presentarse en la sede judicial para considerar el caso. En septiembre es detenido en el aeropuerto de Zurich cuando viaja para participar de una retrospectiva en el festival de cine de esa ciudad. Mientras el director permanece en una prisión preventiva que se extenderá por diez meses, cien colegas firman una carta de apoyo. Entre los que suscriben están Woody Allen y Martin Scorsese, pero también David Lynch, Wes Anderson, Wong-Kar-Wai y Pedro Almodóvar. Y, de nuevo, Weinstein.

Es un gobernador conservador y de la industria quien le niega el indulto. Arnold Schwarzenegger dice entonces: “Creo que es una persona muy respetada y soy un gran admirador de su trabajo. Sin embargo, creo que debería ser tratado como el resto de personas. No importa que sea una persona relevante de la industria del cine. Se deberían tener en cuenta todos los puntos de vista en este caso, no sólo los suyos”. En Francia, una encuesta dice entonces que más del 65% de la población está a favor de que lo extraditen, y el gobierno de ese país declara por primera vez que “Polanski no está por encima de la ley”.

Desde la cárcel, Polanski escribe una carta pública que titula “No puedo seguir callado”. Dice, justamente, que no pide que se compadezcan de su suerte, sino que se lo trate como a todos. “Es verdad –sostiene–: hace 33 años, me declaré culpable y cumplí una pena en la prisión para delincuentes comunes de Chino –no en una cárcel para personajes importantes– que en teoría debía cubrir toda mi condena. Cuando salí, el juez cambió de opinión y dijo que con el tiempo que había permanecido encerrado no la había satisfecho por completo; ese cambio brusco fue la razón de que me marchara de Estados Unidos.

“El caso estuvo dormido durante 30 años hasta que llegó una cineasta que quería hacer un documental (Roman Polanski se busca, 2008) y que recogió testimonios de las personas involucradas en su momento, sin que yo tuviera nada que ver con ello –continuaba la carta–. El documental dejaba claro que yo me había ido de Estados Unidos porque no recibí un trato equitativo, y desencadenó las ansias de venganza de las autoridades judiciales de Los Ángeles, que se sintieron atacadas y decidieron pedir mi extradición a Suiza, un país que visito regularmente desde hace 30 años sin que nunca me hubieran molestado. ¡Hoy no puedo seguir callado!”

El punto más fuerte de esa nota tenía que ver con los reiterados pedidos de Gailey: “No puedo seguir callado porque el Tribunal de California acaba de desestimar la enésima petición de la víctima para que, de una vez por todas, acaben con mi persecución y dejen de acosarla cada vez que este asunto vuelve a ser tema de conversación”. En efecto, Samantha –hoy de 58 años– siempre dijo sentirse más una víctima del señalamiento social y el acoso mediático que de lo que sucedió ese día de 1977.

Pese a que tras la publicación de la carta se sumó una nueva acusación contra Polanski de la actriz británica Charlotte Lewis, que tuvo un papel menor en Piratas (1986) y asegura que el director la violó en 1986, cuando tenía 16 años, la denuncia no pasa a mayores. En julio de 2010, el gobierno suizo rechaza la extradición de Polanski a los Estados Unidos, y el director vuelve a París, donde continúa filmando.
 

Un nuevo caso se agregará al de Lewis en 2017, cuando una mujer que sólo se identifica como Robin denuncia en conferencia de prensa que fue victimizada sexualmente por Polanski en 1973, también a los 16 años. Se había decidido a hablar después de décadas después de la última solicitud de Gailey para que el cineasta fuera exculpado. Pasan sólo unos meses hasta que la ex modelo Renate Langer declara ante las autoridades suizas que fue violada por Polanski en 1972, cuando tenía 15 años. Es la cuarta mujer en denunciarlo. Antes de que termine el año, el periodista israelí Matan Uziel escribe en su web que hay otras cinco víctimas, y el director lo demanda por daños y perjuicios. Perderá.

Con esas nuevas denuncias y la irrupción del #MeToo, que muestra que los abusos en la industria eran parte de un comportamiento sistemático que garantizaba la impunidad de los depredadores poderosos, el aura intocable de Polanski en la industria comienza a resquebrajarse: actrices como Nathalie Portman se arrepienten de haberlo apoyado públicamente y es expulsado de la Academia de Hollywood más de 40 años después de violar a Gailey. El director, iracundo y decidido a dar más batalla, reacciona contra el movimiento de mujeres; dice que es parte de una “histeria colectiva”, una “hipocresía total”.

Por temor a ser detenido nuevamente, no puede estar en el Festival de Venecia para presentar su última película –sobre el caso Dreyfus–, en 2019. J’accuse, como tantas de sus obras, fue ovacionada por la crítica y el público. Desde París, el director se hizo eco entonces de las comparaciones con Alfred Dreyfus, aquel ingeniero de origen judío injustamente acusado de espionaje y condenado a prisión perpetua y desterrado por un tribunal militar en 1894, con un trasfondo antisemita que luego denunciaría Emile Zola. “Debo admitir que reconozco muchos de los mecanismos de los aparatos de persecución que muestra la película, y eso me inspiró”, declara Polanski.

No dijo entonces que, lejos de haber sufrido una injusticia como la del caso Dreyfus, él es un prófugo que admitió su culpa. No fue desterrado: hace cuarenta y cinco años –la mitad de la vida del director que hoy cumple 89– que escapa de la Justicia.

¿Debe por eso censurarse su cine? Es una pregunta que respondió en esa ocasión la directora argentina Lucrecia Martel, que se negó a asistir a la gala en la Mostra: “No creo que haya que separar a la obra del autor. Eso va en contra del hombre, porque él es sus actos en su vida privada y sus actos en sus películas. Yo creo que este tipo es complejo, ha hecho grandes reflexiones sobre la humanidad y ha hecho cosas terribles. Separar a la obra del hombre sería condenar o a la obra o al hombre. La complejidad humana es mucho más interesante para pensar. No hay que hacer juicios sumarísimos en la prensa, no hay que escrachar y que eso sea todo. Lo que hay que hacer es poder conversar”. Lucrecia, nuestra Lucrecia, que confesó que admira a Polanski como director –al igual que la mayoría de los cinéfilos–, prefirió entonces, como en sus películas, hacerse preguntas en vez de sacar conclusiones.


Estimados lectores: recuerden que estas noticias las pueden encontrar en nuestro Canal de Whastapp al momento de su publicación.

Sigue el canal de Hoybolivia.com en WhatsApp:
whatsapp.com/channel/0029Va8B7PQ3GJOyC41B2Q1a

Contenido Recomendado

BCB advierte que la no aprobación de créditos en el Legislativo podría incidir negativamente en el crecimiento del PIB

Senado desconoce a magistrados autoprorrogados: Ejercen de forma ilegal y sus actos son nulos

En Potosí incautan 43 vehículos indocumentados que circulaban con placas clonadas y duplicadas


Siguiente Nota