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Soy un varón con vulva: Un joven trans y la construcción de un tipo de hombre distinto


28/05/2022 - 09:45:31

Infobae.- Van tiene 29 años y trabaja bajo tierra, en la línea E del subte de la Ciudad de Buenos Aires. Ahí entró cuando todavía usaba su nombre femenino, cuando todavía se identificaba como una “torta chonga”, la forma en la que se llaman a sí mismas las lesbianas más masculinas. Hace pocos meses, sin embargo, pudo poner en palabras algo que parecía enterrado allá abajo, en lo profundo: varón trans, eso era, y esas fueron las dos palabras que cambiaron todo.

Van Commisso está ahora en el inicio de su transición. Dejó de usar su nombre femenino pero todavía no se extirpó las mamas, no tiene la voz gruesa, tampoco tiene barba. Lo que tiene, en cambio, son preguntas. “¿Me tiene que salir barba y me tiene que cambiar la voz para verme como un varón, entre comillas, y que haya una aceptación mía y de afuera?, ¿puedo ser un varón trans sin hormonizarme? ¿y si después quiero gestar a un hijo para ser padre?”.

Van es metrodelegado desde octubre, cuando todavía lo conocían como Gisela, y además, se está formando para ser profesor de filosofía, por lo que preguntas le sobran.

“Estamos hablando más en términos físicos, pero yo también me pregunto qué varón quiero ser. Soy un varón con vulva y pienso en un tipo de masculinidad con la sensibilidad para reconocerse y aceptar esos cuerpos que salen de la norma”, dice a Infobae.

Una lesbiana incómoda

Acababa de terminar la secundaria en San Antonio de Padua, donde se crió, cuando le contó a su abuela lo que hasta entonces era un secreto: “Tenía 14 años cuando le dije que me gustaban las chicas. Una tana muy abierta, muy compañera, no hubo como mayores inconvenientes”, cuenta. El camino parecía allanado, pero no.

“Después, con el entorno familiar sí hubo problemas. Mi vieja, por ejemplo, me encontró una carta de una amiga, esas cartas bien intensas, y me cagó a palos, literal. Fue un 24 de diciembre, inolvidable, todo muy violento”, sigue. En el secundario, además, le pasó algo que se repitió muchos años después, cuando empezó a trabajar en el subte.

“Le decían a las otras chicas ‘no entres al baño porque está Gisela’, yo era Gisela en ese momento. Como si yo, porque me gustaban las chicas, fuera a acosar a alguna compañera”.

No tenía información en ese momento para levantar la bandera del “yo soy” y funcionaba como una tortuga, que mete la cabeza para protegerse: “Yo estaba como ahí, no terminaba de salir. Por momentos salía del closet, por momentos me volvía a esconder”.

Se había asegurado de tener amigas y amigos heterosexuales, por lo que sus salidas adolescentes eran a bares y boliches “heteronormados”, lo que significa, en criollo, que “lo normal” es ser heterosexual.

“Yo me adecuaba a esa vida, pero en esos lugares las disidencias somos muy sexualizadas, nos asocian con algo de lo promiscuo, del libertinaje. Como a mí me veían como una torta chonga, me preguntaban ‘¿quién hace de varón y quién hace de mujer?’, ‘¿Sos pasiva o activa?’. Fue complejo porque yo no tenía un bagaje político, social y cultural y pensaba: ‘Bueno, esto me pasa solo a mí’”.

Era un barquito flotando solo en el medio del mar, nunca había escuchado aquello de “lo personal es político”, y el quiebre llegó en 2015, cuando comenzó a militar. “Ahí empecé a entender el poder de la visibilidad, la necesidad”. Se convirtió en una militante lesbiana feminista, en las fotos de sus redes sociales se la ve poniéndole el cuerpo en la calle, el pañuelo verde atado en la muñeca.

Reconocerse entre pares como una “torta chonga” con ropa ancha y zapatillas le trajo una comodidad que no había sentido antes. “Aunque, obviamente, empezar a nombrarse tiene sus costos. Creo que los empecé a sentir más cuando entré a trabajar al subte, que es un ambiente muy masculinizado. Entré por mi hermano, y lo primero que me dijo fue: ‘No digas que sos lesbiana’. Después entendí que me estaba cuidando, pero bueno, no lo digas”.

Entró a trabajar al subte hace 4 años y medio, todavía con su nombre femenino, cuando ya usaba ropa ancha, “de varón”, dice, y hace comillas con los dedos. Allá abajo se hizo visible a fuerza de preguntas.

“Cada vez que me cruzaba con un compañero era lo mismo: ‘¿Tenés novio? ¿tenés hijos?’, y empecé a responder ‘no, tengo novia’, si decía ‘mi compañera’ pensaban que era una compañera del trabajo”, cuenta. “‘¿Y hacés de varón o hacés de mujer? ¿por qué te cortás el pelo? ¿por qué tenés la ropa de laburo más grande que las otras mujeres?”.

Van habla y repite aquello de su lugar de trabajo como “un ámbito muy masculinizado”. Se refiere, por un lado, a números concretos: de los casi 4.000 trabajadores y trabajadoras, sólo 900 son mujeres. Después, a una característica intrínseca del rubro de transporte.

“Se lograron muchas cosas, como que las mujeres puedan ocupar los lugares de conductoras pero todavía, por ejemplo, no hay mujeres en los talleres. Estoy hablando de mujeres cis (lo contrario de trans) heterosexuales…imaginate las disidencias, las personas trans...estamos a años luz, porque además es difícil que nos hagamos visibles. Si tenés que comerte todo el tiempo ese tipo de comentarios empezás a guardarte de nuevo en el placard”.

Una masculinidad en construcción

La duda ya estaba provocando pujos a fines del año último cuando se sentó con una amiga y empezó a hacerse cargo.

“De alguna manera pensé que esto me pasaba hace un montón pero ponerlo en palabras fue complejo. Ahí mismo empecé a hacerme preguntas: ‘¿Qué, me siento varón?’, ‘¿en serio me va a pasar esto a mí, que lidio cotidianamente con en este ambiente tan masculinizado?’, ¿en serio varón, como ellos?’. En un momento hasta sentí cierta culpa”, confiesa.

Parecía, en aquellos primeros pensamientos, una traición a la Patria. ¿Cómo iba a ser ahora aquello que tanto cuestionaba? ¿cómo, si hasta ese momento había sido una militante feminista?

Las preguntas habilitaron respuestas: “Entendí que mi identidad tenía que ver con otra masculinidad, no la masculinidad hegemónica, lo que todo el mundo entiende que es ‘ser un hombre’. Es decir, no es que yo me sienta un hombre cis (lo contrario de trans) heterosexual, violento, patriarcal, sino que me identifico con una masculinidad que tiene que ver más con la sensibilidad, con la emoción, con la empatía”.

Y se refiere a aspectos que parecen haber sido bloqueados en la masculinidad clásica, con aquello, por ejemplo, de que “los hombres no lloran”.

“Un varón que pueda mostrar sus emociones, que pueda tener la sensibilidad para hacerse preguntas, un varón capaz de repensar los privilegios que tienen ellos, porque esa fue otra pregunta que me hice: ‘¿Qué, ahora que soy varón voy a tener los privilegios de los varones?’”.

Fue entre todos esos cuestionamientos que surgieron los vinculados a su cuerpo. Van -que construyó su nuevo nombre cortando y resignificando su segundo nombre, “Vanina”- está a poco de comenzar el proceso de masculinización del tórax (una cirugía para sacarse las mamas), algo que, cuenta, “me incomoda desde hace mucho tiempo”.

El signo de pregunta, ahora, está encima de las terapias hormonales, que muchos hombres trans usan para tener una voz más gruesa, para que se retire la menstruación, para que las grasas no vayan tanto a las caderas y se agrande un poco el clítoris hasta tomar la forma de un pene pequeño.

“¿Puedo ser un varón trans sin hormonizarme? Todavía no tengo respuesta para eso. Me lo pregunto, incluso, porque puede generar complicaciones si querés gestar, y yo quiero gestar en algún momento de mi vida”, dice él, que desea llevar un embarazo y convertirse en padre.

No tiene del todo claro cuánto debe y cuánto quiere modificar. “La verdad es que soy un varón con vulva. No tengo ninguna necesidad de tener un pene, no, eso no existe. Y eso tiene que ver con la emocionalidad y la sensibilidad de ese otro varón en construcción: digo, hablo de reconocerse como un varón que tiene vulva y empezar a aceptar estos cuerpos que salen de la norma. Un varón feminista, sí, claro”.


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