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¿Fueron otros humanos las primeras víctimas de la sexta extinción masiva?




30/12/2019 - 10:36:45
Infobae.- Hace 300 000 a�os, nueve especies humanas poblaron la Tierra. Ahora solo queda una. Los neandertales (Homo neanderthalensis) eran unos cazadores robustos (si bien su altura era m�s bien discreta) adaptados a las g�lidas estepas europeas. Los denisovanos, que ten�an una estrecha relaci�n con el hombre de Neandertal, habitaban Asia. Por su parte, las dos especies m�s primitivas, el Homo erectus y el Homo rhodesiensis, ocupaban el territorio correspondiente a Indonesia y a �frica Central, respectivamente.

Junto a estas convivieron otras especies de peque�o tama�o y cerebro de dimensiones reducidas: el Homo naledi, que moraba en lo que ahora es Sud�frica; el Homo luzonensis, en Filipinas; el Homo floresiensis (llamado �hobbit�), en Indonesia; y el misterioso Hombre del ciervo rojo, en China. A tenor de la rapidez con la que descubrimos nuevas especies, es probable que haya otras esperando a ser halladas.

Hace unos 10 000 a�os, ninguna de ellas exist�a. La desaparici�n de todas estas especies parece una extinci�n masiva, pero no est� motivada por ning�n desastre medioambiental aparente, como podr�an ser una erupci�n volc�nica, el cambio clim�tico o el impacto de un asteroide. De hecho, los procesos temporales de las extinciones indican que fueron causadas por la proliferaci�n de una nueva especie evolucionada hace entre 260 000 y 350 000 a�os en el sur de �frica: el Homo sapiens.

La expansi�n de los humanos modernos m�s all� del continente africano ha provocado la sexta extinci�n masiva, un acontecimiento que lleva ocurriendo desde hace m�s de 40 000 a�os y que comprende desde la desaparici�n de los mam�feros glaciares hasta la destrucci�n de los bosques ya en nuestros d�as. Sin embargo, �cabe la posibilidad de que las primeras v�ctimas fueran otros humanos?

Somos una especie incre�blemente da�ina. Cazamos mamuts lanudos, perezosos terrestres y moas hasta su extinci�n y destruimos llanuras y bosques para desarrollar una actividad agr�cola con la que hemos modificado m�s de la mitad de la superficie terrestre. Por supuesto, hemos alterado el clima del planeta. Pero, por encima de todo, somos peligrosos para otras poblaciones humanas, ya que rivalizamos por los recursos y el terreno.

Desde la destrucci�n de Cartago por parte del Imperio romano hasta la conquista del Oeste americano, pasando por la colonizaci�n brit�nica de Australia, la historia est� plagada de ejemplos de pueblos en guerra que desplazan y eliminan del territorio a otros grupos. No hace mucho tiempo se han llevado a cabo genocidios y limpiezas �tnicas en Bosnia, Ruanda, Irak, Darfur y Myanmar. Como si del lenguaje o del uso de las herramientas se tratase, se podr�a decir que la capacidad y la tendencia a emplear el genocidio como un recurso m�s forma parte de manera inherente e instintiva de la naturaleza humana.

Los m�s optimistas describen a los primeros cazadores-recolectores como pac�ficos y nobles salvajes y afirman que es nuestra cultura y no nuestra naturaleza la que genera violencia. Sin embargo, los trabajos de campo realizados, los relatos hist�ricos y la arqueolog�a demuestran que, en las culturas primitivas, los enfrentamientos eran intensos, invasivos y letales. Las armas elaboradas por los neol�ticos, entre las que se encontraban bates, lanzas, hachas y arcos, eran sumamente efectivas al ser combinadas con t�cticas de guerrilla que comprend�an batidas y emboscadas. En esas sociedades la violencia era la principal causa de mortalidad, con guerras que provocaron un n�mero de v�ctimas por persona mayor que la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Los huesos y las herramientas antiguas encontrados revelan que esta forma de violencia tiene su origen mucho antes. El norteamericano Hombre de Kennewick, de 9 000 a�os de antig�edad, tiene la punta de una lanza clavada en su pelvis. Nataruk, un espacio arqueol�gico de 10 000 a�os de antig�edad situado en Kenia, documenta la masacre brutal de al menos 27 hombres, mujeres y ni�os.

Resulta poco probable que las dem�s especies humanas fueran mucho m�s pac�ficas. La violencia colaborativa desarrollada por los chimpanc�s machos sugiere que la guerra precede a la evoluci�n humana. Los esqueletos de los neandertales exhiben patrones de traumatismos que coinciden con los m�todos empleados en la guerra. No obstante, es posible que armas m�s elaboradas proporcionasen al Homo sapiens una superioridad militar, ya que todo indica que contaban entre su arsenal con proyectiles como jabalinas, propulsores, bumeranes y garrotes.

La sofisticaci�n de la cultura y las armas ayudaron a conseguir m�s plantas y animales que sirvieron como sustento a tribus cada vez m�s amplias, lo que concedi� a nuestra especie una estrat�gica ventaja num�rica.

El arma definitiva

Sin embargo, las pinturas rupestres, las tallas y los instrumentos musicales apuntan hacia algo mucho m�s peligroso: una compleja capacidad de comunicaci�n y pensamiento abstracto. La aptitud para cooperar, planificar, elaborar estrategias, manipular y enga�ar podr�a ser el arma definitiva inventada por el hombre.

Al estar incompleto, el archivo f�sil no es suficiente para demostrar esta teor�a. En cualquier caso, en el continente europeo, el �nico lugar que posee un historial arqueol�gico relativamente completo, los f�siles dejan claro que los neandertales desaparecieron tras convivir miles de a�os con nosotros. El rastro de ADN neandertal hallado en individuos euroasi�ticos demuestra que no los sustituimos tras su extinci�n, sino que nos conocimos y establecimos lazos entre nosotros.

En otros lugares, el ADN certifica otros encuentros con humanos prehist�ricos. Grupos poblacionales del este de Asia, la Polinesia y Australia tienen ADN de los denisovanos, mientras que se ha descubierto ADN de otra especie (Homo erectus, posiblemente) en numerosas personas asi�ticas. Algunos genomas africanos muestran un rastro de ADN de otra especie arcaica. El hecho de que nos cruz�ramos con estas especies evidencia que desaparecieron tras su encuentro con la nuestra.

Pero �por qu� querr�an nuestros ancestros acabar con sus semejantes dando lugar a una extinci�n masiva o, quiz� mejor dicho, a un genocidio masivo?

La respuesta est� en el crecimiento de la poblaci�n. Los humanos nos reproducimos de manera exponencial, como todas las especies. Al hacerlo sin restricciones de ning�n tipo, cada 25 a�os, hist�ricamente, duplicamos la cantidad de habitantes del planeta y, una vez que nos convertimos en cazadores colaborativos, acabamos con nuestros depredadores. Sin otra especie que controlase las cifras de humanos y con una insignificante planificaci�n familiar, y a pesar de los matrimonios tard�os y los infanticidios, las poblaciones se multiplicaron y explotaron los recursos disponibles.


Un crecimiento a�n m�s elevado o, quiz�, la escasez de comida provocada por las sequ�as, la crudeza de los inviernos o por la cosecha excesiva, condujeron inevitablemente al conflicto entre tribus por hacerse con los territorios clave para la obtenci�n de alimentos. La guerra se convirti� en una forma, quiz� la m�s importante, de controlar el incremento poblacional.

La eliminaci�n de las dem�s especies a manos de la nuestra no fue, probablemente, fruto de un esfuerzo planificado y coordinado como el que podemos observar en las civilizaciones, sino una guerra de desgaste. El resultado, en todo caso, fue igual de contundente. Batida a batida, emboscada a emboscada, valle a valle, los humanos modernos han minado a sus enemigos y se han apropiado de sus territorios.

A pesar de todo, los neandertales se resistieron durante miles de a�os a la extinci�n. Esto se debe, en parte, a que los primeros Homo sapiens carec�an de los recursos de los que gozaban las civilizaciones que les sucedieron: eran mayores en n�mero, pose�an conocimientos agr�colas, y epidemias como la viruela, la gripe y el sarampi�n resultaban devastadoras para sus oponentes. Pero, aunque los neandertales perdieron la guerra, el hecho de que se aferrasen a la vida en la Tierra durante tanto tiempo indica que lucharon y ganaron no pocas batallas contra nosotros, por lo que su nivel de inteligencia deb�a ser similar al nuestro.

En la actualidad, observamos las estrellas y nos preguntamos si estamos solos en el universo. La fantas�a y la ciencia ficci�n nos permiten imaginar un mundo en el que pudi�ramos conocer especies inteligentes, como nosotros, pero distintas a nosotros. Resulta desolador pensar que una vez las conocimos y que, precisamente por eso, desaparecieron.

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