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Jorge V. Ordenes L.

El Covid-19 y la salud mental


2020-09-01 - 22:02:03
Llegado septiembre, 2020, el número de casos de Covid-19 registrados en el mundo alcanza 1,800.000 por semana llegando a un total de 25.506.759 y 851.095 muertes lo que indica que la pandemia continúa, se amplía y complica; y Latinoamérica la enfrenta con secuelas económico-sociales como el creciente deterioro mental de la población dados los, hasta ahora, ocho meses de deterioro de prácticamente toda actividad humana, amén de la generalizada improvisación de hospitales, clinicas, suministros y personal médico, e incluso la ampliación obligada y hasta patética de cementerios. La emboscante presión ha venido a caer en galenos de toda especialidad, enfermeras y enfermeros e incluso en estudiantes de medicina, farmacia, curanderos y otros, además de la proliferación de pseudo medicinas y la angurria de comercialiarlas a como dé lugar.

La cantidad de decesos en nosocomios y otros sitios ha hecho que se agote y hasta se pierda la capacidad de recepción y tratamiento de enfermos, aumenten las muertes en casas particulares y otras; amén de la decisión nunca vista de no poder ver al ser querido muerto en un hospital o clínica por temor al contagio… además de desalmados pagados que bloquean carreteras, sobre todo en Bolivia, impidiendo el paso de suministros muy necesarios en tiempos de la cruel pandemia. Dejar el cadáver de un ser querido en la calle no puede ser sino psicológica y psiquiátricamente enfermante para los deudos y allegados, y para el público en general que no cesa de enterarse.

Demencia (del latín alejado +mens (que es genitivo de mentis) o mente es una enfermedad por la que se pierde las funciones cognitivas debido al deterioro progresivo de las funciones cerebrales. Según Wikipedia, en 2014 hubo 47,5 millones de casos en el mundo y su impacto en la calidad de vida del enfermo y sus familiares continúa siendo enorme.
En 2020 la cifra debe ser mayor. H. Robinson,The Atlantic, y como referencia dice que la Of. Nac. Estadís., Reino Unido, acaba de decir que antes de la pandemia, 9.8% de la población del país sufría de alguna forma de depresión, hoy alcanza el 19,2%. En las Américas la cifra debe ser todavía mayor porque las circunstancias de vivencia y de convivencia se han ido deteriorando por razones econo-socio-políticas de vieja data y este año, con la pandemia, se han visto muy exacerbadas sobre todo por lo inesperada y cundiente.

Perder el empleo, debilitar e incluso perder el negocio grande o pequeño excepto quizá el de elaboración y comercialiación de alimentos y otros suministros como electricidad, agua potable, trasporte, se va notando que es traumatizante y hasta paralizante lo que afecta la actitud vital del sufriente proveedor o consumidor-cliente que desde su domicilio se da cuenta de que no puede decir ni hacer mucho fuera de velar por su familia con los ahorros que tenga y la esperanza de volver a ser asalariado por lo menos en cierta medida que de pronto se cumple a medias o a cuartas, “gracias a Dios”.

Es que el dicho va: “a Dios rogando y con el mazo dando” pero es que la pandemia nos ha quitado o nos va quitando “el mazo.” Situación que no deja de ser deprimente porque se percibe que no tiene salida, lo que afecta el comportamiento sobre todo en casa. De ahí el inusitado aumento de lo irracional que se traduce en la violencia familiar y callejera, todo provocado por la abarcante depresión de la que es víctima una gran cantidad de gente que hasta hace poco gozaba de mente sana en cuerpo sano. Y el virus y sus estragos continúan.

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