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Dante N. Pino Archondo

Estamos cayendo a un pozo


2019-02-19 - 08:22:06
“Yo soy el martillo del mundo… donde mi caballo pisa no crece hierba” Decía Atila rey de los hunos conocido como el azote de Dios. De la misma forma que Atila azoló al imperio Romano, Evo Morales llegó a Bolivia para dejar un camino de muerte y desolación en trece años de gobierno.

Bolivia había logrado edificar una institucionalidad desde el año 1982 que significó la continuidad democrática, la estabilidad económica y la inclusión de amplios sectores sociales a los beneficios de la educación y la salud, la atención del Estado en la urgente inversión de infraestructura productiva: caminos y energía.

Este esfuerzo nacional significó la aplicación de políticas económicas de enorme sacrificio social que encontraron en los organismos financieros internacionales y la comunidad internacional una comprensión que derivó en la condonación de la deuda externa, la apertura de inversiones como socios estratégicos en áreas económicas, con sus efectos sociales en el Bono Sol, las mejoras en el sistema de jubilación, la ejecución del seguro social universal materno infantil y la inserción de la economía al mundo de la inversión unida al desarrollo tecnológico.

Este proceso demandó veinte años con sus luces y sombras, que permitieron educar a la juventud en el ideario democrático y la defensa de nuestros valores culturales. Todo esto se llevó un día el narcotráfico disfrazado de partido político y ayudado por moros y cristianos que creyeron que habiendo sido derrocado un gobierno con la provocación armada y la movilización activa del desorden y del saqueo, podían confiar en un cocalero cuya norma de vida era la producción de coca para el narcotráfico. Eligieron a Barrabas y sacrificaron a la democracia.

Desde entonces Bolivia vive uno de sus peores momentos históricos, y en estos trece años se ha perdido la mayor parte de lo que construimos desde 1982.

Se ha destruido las instituciones de la democracia, el poder legislativo convertido en una oficina dependiente de la presidencia, sin capacidad para ejercer sus mínimas funciones otorgadas por la constitución, el poder judicial se ha prostituido sin la menor vergüenza arrastrándolo a una situación de miseria moral donde la ley es lo que menos cuenta, los órganos encargados de fiscalizar al sector publico convertidos en floreros de adorno para regocijo de los jerarcas de turno, la educación se ha envilecido buscando convertir a los educandos en fanáticos masistas y adoradores de Evo Morales, la salud se ha dejado al olvido y ahora tenemos hospitales en toda la republica sin equipamiento ni presupuesto para su administración. El salario se ha convertido en una herramienta política al servicio del voto partidario para la continua reelección de Morales.

Encima de todo esto, se arrasó con el gas que le dejó la democracia, con la reivindicación marítima y el aislamiento internacional como nunca en los últimos sesenta años de vida republicana.

Todo lo que los bolivianos le dejaron como patrimonio a Evo Morales está perdido o a punto de perderse. Esto es lo que en un esfuerzo supremo que demanda la patria hay que evitar a toda costa. Y para ello es necesario que se abanderen los valores democráticos y los principios de la libertad, exigiendo la renuncia a la impostura de una nueva elección suya. Esto significa que se debe denunciar las futuras elecciones como inconstitucionales y no se debe acompañar con candidaturas que legalizan al dictador. Hacerle el juego a sus ambiciones es sumir a los bolivianos en un pozo muy profundo como el que construyeron los chavistas en Venezuela.

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