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Marcelo Ostria Trigo

El problema nacional


2017-09-27 - 10:28:31
Todo indica que el principal problema de Bolivia no está en el empeño oficialista de desconocer la constitución vigente; tampoco en las políticas económicas erráticas y equivocadas, ni en la sujeción política a Venezuela y Cuba. Se trata de uno de mayor trascendencia: la paulatina pérdida de los valores morales y de los principios democráticos, tal como ya sucede en la Cuba castrista y en la Venezuela chavista. Esto se agrava por una suerte de inercia, que raya en la complacencia con la corrupción, el narcotráfico, la prepotencia represora y el capricho de quienes, con proyectos enormes e inútiles, pretenden justificar su paso por el gobierno.

Lo anterior muestra, además, que pese a una próxima crisis que ya asoma por la caída del precio internacional de los hidrocarburos, no hay señales de se vaya a corregir rumbos, pese a los ejemplos de derrumbe económico cuando los gobiernos se empecinan en seguir políticas fracasadas y propias del estatismo secante. Es más: persiste la porfía de extender ilegalmente la permanencia en el poder, continuando con el despilfarro en obras inútiles, manteniendo empresas estatales deficitarias y, lo que es peor, se desprecia la legalidad y la institucionalidad republicana.

El político venezolano Oswaldo Álvarez Paz, en “El final está próximo” (frentepatriotico.com | 29.11.2015), avizora un cambio que permitiría emprender la “reconstrucción democrática de un país (Venezuela) en ruinas. Los caminos están a la vista. Como diría nuevamente el Libertador, vacilar es perdernos”. Esto es cierto, pero el cambio democrático en nuestro caso parece aún lejano. Sin embargo, hay inquietud y preocupación en el oficialismo, pues está consciente de que ya está en la recta final y, desorientado, sólo atina a dar palos de ciego y a lanzar provocaciones imprudentes que, hasta ahora, son ignoradas.

Estas bravatas afloran cuando se ha perdido la sensatez, tanto en el manejo interno como en la política exterior del país. Un ejemplo: se insiste en concertar con Estados Unidos la normalización plena de las relaciones diplomáticas, mientras el rústico ataque verbal contra Washington es cotidiano. Es más: se va a contrapelo con la corriente continental mayoritaria que condena la dictadura venezolana. Así, nuestro país va quedando solo con la compañía de los pocos neopopulistas que aún quedan.

Pero este cuadro desolador no debería llevar a los lamentos. Hay una tarea ciudadana ineludible: restablecer la identidad patria como república democrática y romper ataduras con los neopopulismos ya en retirada.

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