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Marcelo Ostria Trigo

Crisis y populismo


2016-02-03 - 16:25:28
Hay una comprobación irrefutable: En los países dominados por el neopopulismo –algunos lo llaman ‘socialismo del siglo XXI’– hay graves crisis e, inclusive, sufren la amenaza del hambre. Es cierto que la situación de muchos –entre ellos los productores de hidrocarburos como Venezuela, Ecuador y Bolivia– se ha agravado por la inédita baja en la cotización del petróleo. Lo que preocupa es que estos gobiernos, cuando hubo la bonanza por los altos precios de los commodities, no tomaron las medidas adecuadas, confiados en que las buenas cosechas se prolongarían para siempre.

Por supuesto que no es posible culpar a los productores de las materias primas por la baja de los precios; pero cuando se trata de países monoproductores, la responsabilidad está en no haber aprovechado los enormes ingresos percibidos en la buena época para diversificar la producción exportable.

Prefirieron, en el afán de expandir su influencia, gastar grandes sumas de dinero. Se afirma que el régimen venezolano, desde la asunción al poder de Hugo Chávez, ha financiado, a costa de la empresa petrolera Pdvsa, candidaturas y ha contribuido para apuntalar gobiernos en quiebra y regalar petróleo –los precios subvencionados son, en este caso, regalos disfrazados. Ninguno de estos regalos sirvió para impulsar el desarrollo. Y lo peor fue para el donante, Venezuela, que ahora sufre la crisis más aguda de su historia.

No hay recetas mágicas para salir de situaciones difíciles. Pero sí hay recomendaciones basadas en la sensatez: cambiar un modelo que, al fin, no funciona para alcanzar el bienestar colectivo. Ninguna ayuda puede resultar beneficiosa si persiste el derroche y la ineficiencia, y, menos aún, la corrupción. No sirve apartarse del mundo, acusando a diestra y siniestra, como responsables de los males propios. Tampoco es solución hacer intensa propaganda sobre logros inexistentes y obras faraónicas que no contribuyen a la economía de un país. Lo reprobable es el empeño en repetir errores y mantener un modelo probadamente fracasado. Las explicaciones sobre la carestía y la crisis se han quedado en slogans: la guerra económica, el ocultamiento, el boicot, etc. Mirarnos por dentro, sin prejuicios y con ánimo de cambio verdadero, parece que se ha convertido en una utopía.

La atrevida afirmación de que la alternancia en el poder es un prejuicio burgués, o solo una idea neoliberal, no convence. Cambiar, cuando algo va mal, es una de las pruebas de honradez en la función pública.

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