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Susana Seleme Antelo

Feminicidio: ¡dejen de matarnos ya!


2013-02-17 - 22:42:58

Dime Antígona: ¿Qué muerte más atroz nos espera a nosotras dos, solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el decreto y el poder del tirano? Hemos nacido mujeres, no hechas para luchar contra los hombres y después, nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en cosas todavía más dolorosas que estas.
Sófocles, Antígona

Nuevas víctima de la violencia de género, una con 16 mortales puñaladas y otra con 20, ratifican un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS: 2012) donde se señala que Bolivia, es entre doce países latinoamericanos,  donde más se maltrata a las mujeres. Entre 2007 y 2012 se reportaron más de 442 mil denuncias por algún tipo de violencia intrafamiliar, de las cuales solo 23 mil fueron investigadas por la justicia y apenas 96 llegaron a tener sentencia ejecutoriada.
 
Datos de la o­nU corroboran ese estudio: de 70% de las mujeres que sufren violencia de algún tipo en Bolivia, 75% de ellas no hablan de ello y solamente el 17% se atreve a dirigirse a la policía para denunciar el maltrato. De 2009 hasta finales de junio  2012, la violencia de genero causó  511 muertes. En los dos asesinatos mencionados, bastaba una sola puñalada para catalogarlos como feminicidio.

Hanalí  Huyacho, periodista de un canal de televisión en La Paz, estaba  casada con un policía de malévolo recuerdo, el teniente Jorge Clavijo miembro de la unidad de élite UTARC, que participó en el asalto al hotel Las Américas y en la ejecución extrajudicial de Eduardo Rózsa y dos de su compañeros extranjeros acusados de presunto terrorismo, en Santa Cruz de la Sierra, el 16 de abril de 2009. Clavijo  tenía más de una denuncia por violencia familiar, nunca atendida.  Esta vez mató a su esposa en presencia del hijo de cinco años procreado en esa unión, e hirió a su suegra con dos puñaladas, cuando esta intentaba impedir el asesinato de su hija. Clavijo se dio a la fuga y quizás todavía encuentre entre sus colegas policías quien lo proteja, como lo protegieron ante las reiteradas denuncias de maltrato que sufrió la joven Hanalí Huaycho, de 35 años.

El otro caso es el de la señora Lenny Flores, en Santa Cruz de la Sierra, cuyo esposo le asestó 20 puñalads; estuvo cuatro días en terapia intensiva en una clínica, hasta que falleció por las graves heridas recibidas. Este feminicida  también fugó.

Hay otros casos con nombre y apellido, como el de la concejal  Juana Quispe Apaza, de la población de Ancoraimes, provincia Omasuyos de La Paz. Era integrante de la Federación Departamental de Mujeres Campesinas Indígenas y Originarias de La Paz, Bartolina Sisa, una entidad afín al Movimiento al Socialismo –MAS- partido de gobierno, pero no electa por el oficialismo, sino por una agrupación ciudadana campesina de La Laz.  Juana Quispe interpuso dos recursos de amparo contra todos los concejales y contra el Alcalde de esa población, pues no se le permitía participar en las sesiones. Su cadáver fue encontrado  el 13 de marzo de 2012, cerca del río Orkojahuira, en la sede de gobierno.

Otra concejal, esta vez opositora, Daguimar Ribera Ortiz de Guayaramerín, departamento de Beni, fue asesinada el pasado 19 de junio 2012 con tres tiros en la cabeza. Según notas de prensa, es un asesinato considerado como ‘crimen político por encargo’,  dirigido a suprimir una voz opositora que quería fiscalizar una gestión municipal y a su alcalde,  del MAS, cuestionados por indicios de corrupción.

Todos estos casos, y los que no conocemos,  hacen parte de la categoría del feminicidio que no es lo mismo que homicidio o femicidio, crímenes que privan de la vida a otra persona, pero no explican  los asesinatos evitables a mujeres víctimas del complejo y perverso esquema de violaciones  de género.

Otra barbarie: matar mujeres
La figura del feminicidio pretende visibilizar una situación de violencia sistemática, silenciada por siglos ante la intolerancia y la indiferencia de la sociedad, cuando se trata de un problema social, político y cultural. Es un problema de Estado que remite a una fractura indolente y violenta del Estado de Derecho frente a las mujeres,   pues tolera esa violencia, la discriminación de género  e invisibiliza las muertes extremas, crecientes y brutales de mujeres.

Marcela Lagarde, antropóloga y académica mexicana, una de las más lúcidas voces del feminismo latinoamericano, entrañable mujer y maestra –fui su alumna- marca la diferencia entre homicidio o femicidio, con el término feminicidio.  Y lo explica: “Se trata del asesinato de la mujer en razón de su género, por odio hacia las mujeres, por rechazo a su autonomía y su valor como persona o por razones de demostración de poder machista o sexista. El feminicidio incluye una connotación de genocidio contra las mujeres, son crímenes misóginos acunados en una enorme tolerancia social y estatal ante la violencia de género”.

Demoledora definición sobre delitos de lesa humanidad, que para la feminista mexicana “Redefine y sobre todo resignifica el término, incorporando un elemento que lo coloca en el centro del debate: impunidad... pues está alimentado por la desigualdad de género, no sólo social y económica sino también jurídica, política y cultural”. Asocia el feminicidio a la cosificación del cuerpo de las mujeres que las vacía de sus derechos como “humanas”. *

Largarde convirtió el ‘femicidie’, del ingles  a feminicidio porque en castellano femicidio es una voz homóloga a homicidio y sólo significa asesinato. Diana Russell y Jane Caputi, connotadas feministas,  son las autoras del término, consignado por primera vez  en el artículo Speaking the Unspeakable, publicado en la revista Ms (1990). Lo calificaron como  “el asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad de las mujeres”.  En 1992, Diana Russell y Jill Radford lo definieron como “el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres”. Las autoras clasifican las distintas formas de violencia de género que padecen las mujeres y que se manifiesta con un creciente terrorismo sexual.

Deborah Cameron lingüista inglesa, y Nancy Fraser, filósofa estadounidense, ambas feministas,  indagan sobre la fusión entre sexo y violencia,  y el por qué algunos hombres encuentran erótico matar a los objetos de su deseo. En esos actos atroces están representados no sólo la misoginia y la sexualidad sádica, sino la construcción social de la masculinidad como una manera de trascendencia sobre las otras. Lo importante “es la erotización del acto de matar”.

La constante en los cuatro casos aquí citados, pero que son comunes a todos los conocidos y no conocidos de feminicidio, es la brutalidad, la ferocidad y la impunidad que conllevan.

¿Fue necesaria una muerte más, la de la periodista Huaycho,  para que desde el oficialismo, las autodenominadas feministas, salieran a protestar?¿O que el ‘Vice’ ofrezca una ley para castigar a los asesinos de mujeres, a quienes llamó “sidosos”? Qué exabrupto más bruto, aun con sus disculpas.

¿Por qué no salieron a defender a una humilde  empleada, a quien un asambleísta de la ciudad de Sucre violó en el mismo hemiciclo, luego fugó, negó el hecho, dijo que estaba borracho, que no recordaba y culpó a “la derecha” porque las cámaras de seguridad  filmaron el abuso?¿Debió haberla matado para que las unas y los otros se rasguen las vestiduras?
Además, no se pudo catalogar el hecho como violación, porque la víctima “no lo denunció” según  la policía.  En todos los corrillos se  especula que la hoy desaparecida empleada fue sobornada para que calle. 

¿De qué vale que haya tantas mujeres ministras, presidentes de la cámaras, funcionarias en casi todos los niveles del gobierno y de los aparatos del Estado que se declaran feministas o abogan por las políticas de genero, si reproducen  desde ahí las prácticas de la cultura patriarcal? Impostoras ellas y cínicos ellos, que piensan  atacar el feminicidio con una ley. Si el feminismo, para quienes lo practicamos es una crítica política a la sociedad patriarcal, es decir,  al  poder monopolizado por los hombres, entonces ¿cómo explicar la conducta de aquellas mujeres en el caso de la humilde empleada, o cómo pueden hacer gala de un humor ofensivo, sexista y androcéntrico en las coplas de carnaval y otros casos?

Cuando cantan loas falocentrícas  como símbolo del poder patriarcal, para agradar a Evo Morales, reproducen ese poder: “Este Presidente  de buen corazón, a todas las ministras les quita el calzón”,  “Las bartolinas tienen mucha fama, porque las llevo directo a mi cama”, “Ahora las ministras van por los balcones, pidiendo limosnas para sus calzones  (2011.) O lo dicho por el propio Morales, ‘el conquistador’: “Cuando voy por los pueblos quedan todas las mujeres embarazadas y en sus barrigas dice Evo cumple”, (marzo 2010) “Las compañeras con sus consignas dicen: mujeres ardientes, Evo Presidente... Mujeres calientes, Evo valiente... Mujeres aguanta,  Evo no se cansa”.(Campaña electoral 2009) Esas frases dichas y creadas por Morales y las coplas hechas por mujeres, son una deslegitimación de los valores feministas.

Los feminicidios se pierden en la memoria de los tiempos, pero quedan en la evocación genética del género, en la historia y en la literatura, como atestigua la tragedia griega de Sófocles, escrita el año 442 antes de nuestra era. Esa tragedia remite a la lucha entre el tirano Creonte y una joven mujer, Antígona, que se rebela contra el poder político patriarcal y dictatorial.

Que los hombres sigan matando mujeres, da rabia, mucha rabia, rabia que ya no admite excusas para gritar a voz en cuello ¡dejen de matarnos ya! En cada mujer que matan, nos matan un poco a todas.

* "El feminismo no muerde": Marcela Lagarde, entrevista por Dalia Acosta, La Habana, agosto 2010

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