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Yoani Sánchez relata 30 horas en manos de la represión cubana




06/10/2012 - 19:58:42
VOA.- "Le hab�amos cre�do al peri�dico Granma cuando public� que el juicio era oral y p�blico. Pero ya saben, Granma miente", se�ala Yoani S�nchez al contar en el diario madrile�o El Pa�s su experiencia de 30 horas de arresto desde que ella, su esposo el periodista Reynaldo Escobar, y el bloguero Agust�n L�pez fueron detenidos mientras se dirig�an a Bayamo para cubrir el juicio al espa�ol �ngel Carromero.

La colaboradora de El Pa�s, arrestada el jueves y liberada el viernes, considera que al arrestarla le estaban permitiendo "vivir en la piel de �ngel Carromero c�mo se estructura la presi�n alrededor de un detenido. Saber en carne propia los intr�ngulis de un Departamento de Instrucci�n del Ministerio del Interior".

En la conversaci�n con Radio Mart� Yoani revel� un detalle que no est� en su cr�nica para El Pa�s: c�mo sufri� golpes en la cabeza y perdi� un diente mientras se resist�a a que la desnudaran.

Intentaron desnudarme. Me resist� y lo pagu�. El siguiente es el testimonio de Yoani S�nchez al diario espa�ol:

Me quisieron impedir llegar al juicio a �ngel Carromero. Alrededor de las cinco de la tarde del 4 de octubre, un amplio operativo a las afueras de la ciudad de Bayamo detuvo el auto en que viaj�bamos mi esposo y yo, junto a un amigo. "Ustedes quieren boicotear al tribunal", nos dijo un hombre vestido completamente de verdeolivo, para inmediatamente proceder a detenernos.

El operativo ten�a las dimensiones de un arresto hecho contra una banda de narcotraficantes o de la captura de un prolijo asesino en serie. Pero en lugar de tan amenazantes personas, solo hab�a tres individuos que deseaban participar de oyentes en un proceso judicial, asomarse al interior de la sala de un tribunal. Le hab�amos cre�do al peri�dico Granma cuando public� que el juicio era oral y p�blico. Pero ya saben, Granma miente.

No obstante, al arrestarme, en realidad me estaban regalando experimentar period�sticamente el otro lado de la historia. Vivir en la piel de �ngel Carromero c�mo se estructura la presi�n alrededor de un detenido. Saber en carne propia los intr�ngulis de un Departamento de Instrucci�n del Ministerio del Interior.

Lo primero fueron tres mujeres uniformadas que me rodearon y me quitaron el m�vil. Hasta all� era una situaci�n confusa, agresiva, pero todav�a no ten�a visos de violencia. Despu�s, esas mismas fornidas se�oras me introdujeron en un cuarto e intentaron desnudarme. Pero hay una porci�n de uno mismo que nadie puede arrancarnos. No s�, quiz�s la �ltima hoja de parra a la que nos aferramos cuando se vive bajo un sistema que lo sabe todo sobre nuestras vidas. En un mal y contradictorio verso quedar�a como "podr�s tener mi alma mi cuerpo no". As� que me resist� y pagu� las consecuencias.

Despu�s de ese momento de m�xima tensi�n le llega el turno al polic�a "bueno". Alguien que se me presenta diciendo que lleva el mismo apellido que yo -como si eso sirviera de algo- y que le gusta dialogar. Pero la trampa es tan conocida, se ha repetido tanto, que no caigo. Me imagino de inmediato a Carromero sometido a la misma tensi�n de amenaza y buen talante dif�cil de sobrellevar algo as� por largo tiempo. En mi caso, recuerdo haber tomado aliento y despu�s de una larga diatriba contra la ilegalidad de mi arresto, me qued� repitiendo por m�s de tres horas una sola frase: "Exijo que me dejen hacer una llamada telef�nica, es mi derecho".

Necesitaba una certeza y la reiteraci�n me la daba. El estribillo me hac�a sentirme fuerte frente a personas que han estudiado en la academia los diversos m�todos para ablandar la voluntad humana. Una obsesi�n era todo lo que me urg�a para enfrentarlos. Y me obsesion�.

Por un rato parec�a que hab�a sido en vano mi insistente cantaleta, pero despu�s de la una de la madrugada me permitieron hacer la llamada. Unas pocas frases con mi padre, a trav�s de una l�nea evidentemente pinchada y ya todo quedaba dicho. Pod�a entonces entrar en la otra etapa de mi resistencia. La llam� hibernaci�n, porque cuando se nombra algo es como sistematizarlo, cre�rselo.

Me negu� a comer, a beber cualquier l�quido; me negu� al examen m�dico de varios doctores que trajeron a revisarme. Me negu� a colaborar con mis captores y se los dije. No pod�a despegar de mi mente el desvalimiento de Carromero en m�s de dos meses lidiando con aquellos lobos que alternaban con el papel de oveja.

Una buena parte del tiempo toda mi actividad la filmaba una c�mara que un sudoroso paparazzi manejaba. No s� si alg�n d�a pondr�n alguna de esas tomas en la televisi�n oficial, pero organic� mis ideas y mi voz para que no pudieran ser transmitidas menoscabando mis convicciones. O les mantienen el audio original con mi demanda, o tienen que repetir la chapuza de sobreponerle la voz de un locutor. Trat� de hacerles lo m�s dif�cil posible la edici�n posterior de aquel material.

Solo hice un pedido en 30 horas de detenci�n: necesito ir al ba�o. Yo estar�a preparada para llevar la batalla hasta el final, pero mi vejiga no. Despu�s me llevaron a un calabozo-suite. Hab�a pasado horas en otro que ten�a una rara mezcla de barrotes y cortinas, con un terrible calor. As� que llegar al sal�n m�s amplio, con televisor y varias sillas, que desembocaba en una habitaci�n con una cama realmente apetecible, fue un golpe muy bajo. Solo de mirar el estampado de las cortinas, tuve el presentimiento de que era el mismo lugar donde hab�an hecho la primera grabaci�n que circul� en Internet de las declaraciones de �ngel Carromero.

Aquello no era una habitaci�n, era un set. Lo supe de inmediato. As� que me negu� a acostarme sobre la sobrecama reci�n tendida y a poner mi cabeza sobre las tentadoras almohadas. Me fui a una silla en un rinc�n y me acurruqu�. Dos mujeres vestidas de militar me vigilaban todo el tiempo.

Yo estaba viviendo el d�ja vu de otro, el recuerdo del escenario en el que transcurrieron los primeros d�as de detenci�n para Carromero. Ya lo sab�a y era duro. Una dureza que no estaba en el golpe o en la tortura, sino en la convicci�n de que no se pod�a confiar en nada de lo que ocurr�a dentro de esas paredes. El agua pod�a no ser agua, la cama m�s bien parec�a una trampa y el doctor sol�cito estaba m�s cerca del sopl�n que del galeno.

Lo �nico que quedaba era sumergirse en los abismos del yo, cerrar las compuertas con el afuera y eso hice. La fase hibernaci�n deriv� en un letargo auto provocado. Ya no pronunci� una palabra m�s.

Para cuando me dijeron que me iban a trasladar hacia La Habana, me cost� despegar los p�rpados y mi lengua parec�a salirse de la boca por los efectos de la prolongada sed. Sin embargo, yo sent�a que los hab�a vencido.

En un �ltimo gesto, uno de mis captores tendi� su mano para ayudarme a subir al microb�s donde tambi�n estaba mi esposo. No acepto cortes�a de represores, lo fulmin�. Y volv� a tener un �ltimo pensamiento para el joven espa�ol que vio torcerse su vida aquel 22 de julio, que tuvo que bregar entre todos aquellos enga�os.

Al llegar a casa supe de los otros detenidos y de que la propia familia de Oswaldo Pay� no pudo entrar a la sala penal. Tambi�n del pedido de siete a�os hecho por el fiscal contra �ngel Carromero y de la condici�n de concluso para sentencia en que qued� el juicio de este viernes.

Lo m�o era s�lo un tropez�n, el gran drama sigue siendo la muerte de dos hombres y el encierro de otro.

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