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Carlos Rey

El agua que da vida


2014-11-10 - 14:28:24
Cirilo Martínez, a medio emborrachar, era una bestia peligrosa.... Flaco y alto, tenía la fuerza sorprendente de ciertos individuos correosos....

[Cuando estalló] el conflicto del Chaco [entre Paraguay y Bolivia].... Cirilo... fue al frente, a pesar de sus cuarenta y tres años, como teniente de reserva....

Al hallarse por primera vez en su vida con alguien a quien mandar, la aviesa crueldad reprimida afloró potente, aún en ausencia del estímulo alcohólico....

El frente se ensanchaba. No había tiempo de descansar....

Sus [cantimploras] estaban vacías; no habían hallado agua en el trayecto. Pero un día sin beber, aunque feo, no mata. Al ir beberían a gusto....

Pasado ya el mediodía, seca la garganta, la lengua de madera [les llenaba] la boca....

Anochece. La sed es un martirio....

Al tercer día de vagar... viéndose a cada instante obligados a torcer el rumbo, los hombres sedientos tienen gestos desatentados de loco.... El sol pica inmisericorde.

Por fin dan con... un hilo de agua [que] se diseña inmóvil como una lombriz muerta.... Avanzan todo lo de prisa que les dan las fuerzas, jadeando...
»Cirilo quiso adelantarse. Cayó al suelo agotado. Cleto, el asistente, se aproximó al agua trastabillando; sacó del bolsillo su vaso... lo llenó como pudo; lo llevó al teniente.

—Aquí tenés, mi teniente. Un vaso solo y despacio, que na. No hay que beber mucho.

Cirilo le arrebató el vaso, lo apuró de un trago, se incorporó enseguida y marchó a tropezones hacia la charca. Bebió un vaso del lodoso líquido; luego otro, y otro. Los hombres, temblorosos, paladeaban con superstición el agua, mojándose las sienes. Se acercaron a Cirilo; quisieron tomarle de los brazos.

—Anina upéicha, mi teniente. Hay que beber de a poquito.

Cirilo sacó el revólver.
—Déjenme, añamemby...

Siguió bebiendo. Cuatro, cinco, seis vasos. Uno más. Por fin, saciado, quiso incorporarse. Lo intentó varias veces. Perdido el resuello, cayó de bruces sobre la tierra grisácea, jadeando penosamente. Gimió. Se llevó las manos al pecho. Los hombres se miraban; miraban al postrado Cirilo, que se retorcía apretando los dientes mientras un hilo de saliva se escapaba en largo chirrido de entre los labios.... Los hombres... llevaron en vilo el cuerpo del teniente. Lo dejaron boca arriba en el suelo....

Se echaron por tierra; dormitaron... un rato. Cuando despertaron, Cirilo acababa de morir....

—Demasiada agua. Lo mató —dijo el cabo.1

Así narra la escritora hispano-paraguaya Josefina Plá, en su cuento titulado «Cuídate del agua», lo que sucede cuando una persona con una sed insaciable, a fin de mitigarla, bebe demasiada agua. Gracias a Dios, lo que sacia nuestra sed espiritual no es la cantidad sino la calidad del agua que bebemos. Es que el agua que nos ofrece su Hijo Jesucristo, lejos de tener la capacidad de convertirse dentro de nosotros en un manantial del que brota la muerte, se convierte más bien en un manantial del que brota vida eterna, de modo que el que bebe de ella no vuelve a tener sed jamás. Pidámosle a Dios hoy mismo que sacie nuestra sed con esa agua que da vida.2
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1 Josefina Plá, Cuentos completos, Ed. Miguel Ángel Fernández (Editorial El Lector, 1996), pp. 97-103.
2 Jn 4:10-15

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