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Carlos Rey

¿Quién se queda con el hijo?


2014-07-16 - 14:14:10

Un Mensaje a la Conciencia
Se cuenta que un hombre rico y su hijo sentían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección: desde Picasso hasta Rafael. A menudo se sentaban juntos a admirar aquellas grandes obras.

Lamentablemente, el hijo perdió la vida en una guerra. Murió en una batalla mientras rescataba a otro soldado. Al padre le dolió profundamente la muerte de su único hijo.

Pasado un mes de recibir la trágica noticia, el padre oyó que alguien tocaba a la puerta.
—Señor, usted no me conoce —explicó un joven que traía un gran paquete en las manos—; yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó a muchos ese día; a mí me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho y lo mató al instante. Su hijo hablaba con frecuencia de usted y de su amor por el arte. Sé que esto no es mucho —continuó, y le entregó el paquete—. No soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.

El padre abrió el paquete y vio que era un retrato de su hijo, pintado por el joven soldado. Era impresionante cómo había logrado reproducir en la pintura la personalidad de su hijo.

Al padre lo atrajo tanto la expresión de los ojos de su hijo que los suyos se llenaron de lágrimas. Le dio las gracias al joven soldado y quiso pagarle por el cuadro.

—¡Oh no, señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí! Es un regalo.

El padre colgó el retrato encima de la repisa de la chimenea. De ahí en adelante a cada invitado que llegaba le mostraba aquel retrato de su hijo antes de mostrarle su famosa galería.

Cuando murió aquel hombre, se anunció una subasta de todas las pinturas que poseía. Muchas personas importantes e influyentes acudieron con grandes expectativas de adquirir un famoso cuadro de la colección. Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo.

—Empezaremos la subasta con este retrato del hijo —anunció el subastador luego de golpear el mazo—. ¿Quién ofrece cien dólares?

Hubo absoluto silencio. Todos querían ver las obras maestras, que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador insistió, pero nadie ofreció nada. Todos comenzaron a inquietarse.

—El hijo —señaló el subastador—: ¿quién se queda con el hijo?

Por último, desde la parte de atrás del salón se oyó la nerviosa voz del jardinero:

—Diez dólares.
El hombre era muy pobre; no podía ofrecer más.
El subastador golpeó por fin el mazo y dijo:

—Está bien; ¡vendida por diez dólares!

Luego, ante el asombro general, el subastador pidió disculpas y explicó que la subasta había concluido, pues en su testamento el dueño había estipulado que solamente la pintura del hijo sería subastada, y que la persona que se quedara con ella heredaría todas sus demás posesiones, incluso su colección de arte.

Al igual que el hijo de aquel hombre, Jesucristo, el Hijo de Dios el Padre celestial, también dio su vida, pero no por un solo hombre sino por toda la humanidad. Y el que se queda con Él, se queda con todo, porque el que tiene al Hijo, tiene vida abundante y eterna.1
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1    Jn 3:36; 10:10

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