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Carlos Rey

Garra contra garra


2014-05-07 - 12:28:21

Un Mensaje a la Conciencia
Souad Saleh era una niña de siete años. Vivía en Kuwait, el riquísimo estado petrolero. A Souad le gustaba ir al zoológico, como a todos los niños de su edad. Y cuando iba al zoológico, le gustaba acercarse a la jaula de los tigres. Esos magníficos animales, gatos enormes de piel amarilla con rayas negras, eran su pasión.

Un día fue con sus padres a ver los animales que tanto le encantaban. La niña se acercó a la jaula de uno de los tigres más grandes, y le ofreció caramelos. El felino, a su vez, se acercó a los barrotes. Souad, como hipnotizada por la mirada del tigre, puso la cabeza entre dos barrotes. La fiera estiró una pata y le apretó la cabeza.

La niña comenzó a gritar desesperada. Entonces la madre, en un acto decisivo, armada de valor y de amor maternal, clavó los dientes en la garra del tigre. Fue tan fuerte la mordedura de esa madre que el tigre lanzó un rugido de dolor y soltó a Souad. Con sólo algunas heridas leves en la cabeza y un susto mayúsculo, la niña volvió a casa con sus padres.

Aquí tenemos un caso de garra contra garra, fiereza contra fiereza. El tigre es uno de los animales cuyas mandíbulas, garras y dientes se consideran algunos de los más poderosos de la creación. Con todo, por un momento una madre desesperada por salvar a su hija tuvo más garra, es decir, más arrojo, que el tigre mismo.

¿Qué le dio a esa mujer tanto valor y tanta fuerza? Su amor de madre. La marca de sus dientes, que quedó registrada en la pata sangrante del tigre, será para siempre una señal de valentía maternal. Dondequiera se hable de madres heroicas, debiera mencionarse a la madre de Souad Saleh, cuyos dientes libraron a su hija de la garra de un tigre.

En la naturaleza todo tiene su contrario y todo tiene su superior. El fuego quita el frío, el agua apaga el fuego; la luz mata la oscuridad; la edad reprime el vigor; la verdad vence a la mentira. Por grande que sea una fuerza, siempre habrá una fuerza superior que la domine.

Lo mismo ocurre con el pecado. Cautivador y peligroso, el pecado arruina la vida humana y la lleva a la perdición. Pero no es imbatible, a pesar de tener como cómplices a la naturaleza humana, la necedad del individuo y la astucia del diablo.

Al igual que la oscuridad y la mentira, el pecado también tiene su contrario que es superior.
Según San Juan, esa fuerza superior que mata y vence al pecado es la sangre de Jesucristo. «Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad —afirma el apóstol—... si vivimos en la luz, así como él está en la luz... la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.»1
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1    1Jn 1:5,7

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