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Carlos Rey

Acentos que faltan y que hacen falta


2014-03-11 - 18:22:30

Acababa de circular entre los honorables representantes a la Cámara de Puerto Rico una resolución en la que se aplaudía el cincuentenario de la fundación de la Legión Americana. Pero resultó que en vez de aplaudir a su vez aquella resolución del Representante por Bayamón, sus colegas del capitolio le criticaron la ortografía. Es que en su Exposición de Motivos, de apenas 36 líneas, encontraron no menos de 24 errores de acentuación.

Terminada la lectura de la resolución, uno de los representantes se atrevió a inquirir sobre la ausencia de tantos acentos. El proponente le contestó: "Es que la máquina de escribir no tiene acento". Lamentablemente para aquel representante por Bayamón, su respuesta no convenció a nadie, ya que había otras palabras en el texto que sí aparecían acentuadas. Por eso Jorge Javariz en su columna "Cosas del Capitolio" que publicó en el periódico El Mundo el 19 de marzo de 1969, comentó: "¡Es evidente que quien no tenía el acento era el mecanógrafo!"1

¿Por qué será que hay tantas personas que no saben dónde ponerles los acentos a las palabras? Seguramente es porque se han convencido de que alguien inventó los acentos con el fin de hacerles imposible la vida, en vez de comprender que se crearon con el propósito de facilitarles la lectura. Si no hubiera acentos, no sabríamos cómo pronunciar un sinnúmero de palabras sin un diccionario, y tropezaríamos a menudo al leer, pues no podríamos distinguir siquiera entre expresiones tales como «el camino» y «él caminó». De modo que los acentos le dan sentido a lo que de otro modo no lo tendría.

En una de sus cartas, San Pablo nos da a entender que cada uno de nosotros es una carta, conocida y leída por todos. La máquina de escribir de Dios sí tiene acento, pero Él se reserva el uso de ese acento. Si procuramos poner acentos nosotros a nuestra carta, fracasamos porque el Mecanógrafo divino es el único que sabe dónde poner los acentos. Más vale entonces que abandonemos nuestros inútiles esfuerzos por hacerlo nosotros mismos, y que le pidamos más bien a Dios que nos ponga los acentos que nos faltan para que tenga sentido esta vida que de otro modo no lo tiene. Sólo así podrán los demás saber y leer que somos personas plenamente realizadas, pues como lo afirma San Pablo, será evidente que somos una carta de Cristo que Él ha escrito en nuestro corazón.2 ¡Y se darán cuenta de que todos los acentos están bien puestos!
1. Antonio Quiñones Calderón, Anécdotas políticas (San Juan, P.R.: The Credibility Group, Inc., 1996), p. 59.
2. 2Co 3:2-3

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