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Alejandro A. Tagliavini

Sea feliz, ¡es una orden!


2013-10-31 - 22:24:44

Se supone, a partir del cristianismo y los clásicos griegos, que los seres humanos somos iguales y todos de valor infinito… aunque que ni tan iguales ni tan infinitos… en fin, ¡si solo fuéramos coherentes! Algunos de los que rezan todos los días, luego apoyan guerras o conflictos, militares o civiles, que necesariamente implican la muerte… ¿no era que cada persona tiene un valor infinito porque es una creatura de Dios? ¿Cómo es que, si su valor no se acaba nunca puede, de repente, terminarse al punto de suprimirlo?

Sin llegar al homicidio ¿no somos todos iguales, todos de valor infinito? Parece que no: unos flacos, altos otros gordos, petisos, unos inteligentes y hasta genios otros brutos, unos ingenieros, médicos y otros ni saben leer, así parece que unos valen más o están más “preparados”. Entonces, como no son todos iguales y no todas las vidas tienen valor infinito, cabe que los “mejores” se impongan.

A ver, una cosa es que una persona decida que no sabe reparar autos y pague el servicio de un mecánico y otra, muy distinta, es que le impongan impuestos para sostener un Estado de cosas que no quiere, aunque esto lo determine la mayoría, aunque así lo estipulen las “leyes” surgidas de una supuesta “constitución” que también le impusieron, ¿Quiénes? La “mayoría democrática” que no sería igual a cada persona sino mejor, por ello, tiene derecho a ser violenta, a imponerse vía el Estado (el monopolio de la violencia).  

Viene al caso el concepto de eficiencia. ¿Qué es? Los encuestadores y los investigadores del mercado lo saben: es lo que satisface al cliente. Es decir, es el cliente, las personas, el que define la eficiencia. No es caprichoso, surge de que el orden de la naturaleza prevé que el crecimiento personal es un hecho intrínseco – como todo: nadie le dice a un árbol cómo tiene que desarrollarse- y que, por tanto, cada persona tiene la obligación de decidir su devenir. Por eso, dicen los griegos clásicos, la violencia destruye porque es un hecho extrínseco al desarrollo natural.

Así, créalo o no esta sociedad incoherente, la mayor eficiencia en el desarrollo personal y social se da cuando cada persona, igual al resto y de infinito valor, decide su rumbo. Por el contrario, toda imposición coactiva es ineficiente, y las personas intentan evadirla. Ahora, cuantos más recursos (económicos) tiene una persona, mayor capacidad para derivar las cargas fiscales hacia abajo, por ejemplo, un empresario paga impuestos subiendo precios, bajando salarios, etc.  

Venezuela es un caso tragicómico. Ni alimentos quedan. En septiembre el índice de escasez llegó al 21,2% según el Banco Central, cuando lo normal sería 5%. Por eso el gobierno importará 400.000 toneladas hasta fin de año. Maduro ha decidido que la felicidad debe decretarse y ha creado el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo para supervisar los programas sociales, las “Misiones”.

O sea que hará asistencialismo con el dinero de los más pobres (que son quienes terminan pagando las cargas fiscales) pero luego de dejar buena parte en la corrupción y la burocracia.
Para que no queden dudas de que “ser feliz” es una orden, Maduro profundiza la militarización. Pretende que las “milicias bolivarianas” tengan un millón de miembros en 2019 a la vez que robustece las fuerzas armadas y amenaza y violenta a sus adversarios.

*Miembro del Consejo Asesor del Center o­n Global Prosperity, de Oakland, California

https://twitter.com/alextagliavini (@alextagliavini)

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