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Armando Méndez Morales

Falsa igualdad en la democracia autoritaria


2013-10-21 - 14:33:18

Hegel hablaba sobre la megalothymía que esta presente en algunos hombres, sobre todo en la aristocracia. La necesidad no racional de que los demás lo reconozcan como superior, lo que lleva a la presencia permanente de la guerra. El hecho más reciente que lo confirma es la Segunda Guerra Mundial.

Es posible encontrar ese mismo sentimiento irracional entre los revolucionarios. La contradicción en que ellos caen es que supuestamente luchan por la isothomía, es decir, por la igualdad de todos los seres humanos, donde ninguno es superior a otro. En otros términos, no buscarían ser reconocidos como superiores. En la realidad lo buscan, haciendo efectivo el combate sangriento “del primer hombre por la búsqueda de reconocimiento”, como diría Hegel.

Un reciente artículo de Ariel Dorfman, recordando los cuarenta años de la caída del gobierno socialista democrático de Salvador Allende en Chile, es una muestra de que en los verdaderos revolucionarios domina el sentimiento no racional de la megalothymía, pero encubierto con argumentos aparentemente racionales como la “feroz necesidad de batallar por la justicia social en un continente de extrema pobreza y desarrollo frustrado”. En verdad, lo que expresan es “la voluntad de arriesgar la vida en el combate por el puro prestigio”, como diría Francis Fukuyama. Los aristócratas, de todos los tiempos, siempre se sienten superiores a los demás y para confirmar ello están dispuestos a arriesgar su vida en “el sangriento combate”.

Dorfman concluye que la experiencia fracasada del gobierno de Allende confirmaba que “no bastaba con una mayoría electoral exigua para llevar a cabo transformaciones sustanciales en la sociedad, sino que se necesitaba un consenso amplio y profundo.” Conclusión: para construir el socialismo se requiere el férreo control de la mayoría.

En los últimos tiempos difícilmente se encuentra a socialistas que no se identifiquen con la democracia, claro está que no se identifican con la liberal, sino con la que ellos denominan “democracia popular”, “democracia participativa”, “democracia comunitaria”. En la ideología comunista se denomina a su sistema de partido político único, “el centralismo democrático”. Esto quiere decir que “democráticamente se toman las decisiones en las diferentes instancias partidarias” y, una vez, que se concluye nadie para afuera puede expresar opiniones disidentes. Es decir, no debe haber fuera del partido “los libre pensantes”.  Y esto es entendible, más si se trata de dirigir un proceso revolucionario, suavemente se dice un “proceso de cambio”, porque se deben modificar completamente las estructuras de poder, eliminando elites para sustituir por otras.

Por lo indicado es corriente al principio, en todos los procesos revolucionarios, el asambleismo, reuniones continuas de la gente, muy improductivas, que siempre terminan siendo expresión de la democracia representativa, porque sus asistentes representan a los más que nunca podrían reunirse. Se supone que ahí toman las decisiones, una vez escuchadas “todas las voces”, lo que no es cierto; se impone la idea o la “ideología del líder”, quién es conducido por su megalomanía. A esto denomino “democracia autoritaria”, porque se mantiene la ilusión de que todos participan y los “iguales” toman las decisiones, confirmando que así se alcanza el ideal socialista de igualdad.

La realidad ha demostrado que no existe la sociedad de iguales. Tempranamente Milovan Djilas denominó como la “nueva clase” a los dirigentes de los partidos comunistas en el bloque soviético. Esto mismo sucede en Cuba donde la igualdad rige para la gran masa del pueblo, igualdad en la pobreza, pero que convive con las elites del Partido Comunista Cubano, quienes gozan de la riqueza.
 
Pero ¿acaso la revolución socialista no es para construir la sociedad de iguales, la sociedad isothymica donde ya no deberían haber élites? Por lo menos esta era la utopía de Karl Marx. Para este filósofo, no debería haber diferencia en la productividad de un trabajador con otro, ni diferencia entre trabajo manual e intelectual. La realidad demuestra que el trabajo que se basa en el mayor uso del cerebro y que no es mecánico es muy superior al trabajo manual, al trabajo del obrero.  Esto es compatible con la democracia liberal que reconoce la igualdad de todos ante la ley, quienes libre y competitivamente, sin embargo, pueden buscar alcanzar su megalomanía, pero es rechazada por la democracia autoritaria, que, no obstante, la pone en práctica, alimentando el ego de los líderes políticos en el poder.

La Paz, 21 de octubre de 2013

*Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas

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