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Marcelo Ostria Trigo

En el teatro de las Naciones Unidas


2012-10-03 - 22:21:56

Que la Organización de las Naciones Unidas se ha empeñado esforzadamente en preservar la paz, es un hecho incontrastable. Esto, pese a que sigue vigente aquello de que los organismos internacionales son lo que los países que los integran quieren que sean, ni más ni menos y que, por lo que se observa, hay muchos miembros que fueron –y todavía son– los promotores o actores de graves y peligrosos conflictos.
 
Hace pocos días se inició el debate en el 67º período de sesiones de la Asamblea General de la o­nU. La primera exposición, como ya es tradicional, fue la de la presidente de Brasil. Se espera que, al final, o sea el próximo 1 de octubre, hayan participado 193 países, entre ellos 120 jefes de Estado.
 
Como en años anteriores, se aprobó para esta asamblea un extenso temario en el que figuran destacadamente los asuntos relativos a la seguridad y a la preservación de la paz mundial. Entre estos, la potencialmente explosiva situación en el Medio Oriente, derivada del programa nuclear de Irán y de la insurrección reprimida brutalmente por el dictador sirio  Bashar Al-Assad. Esta última, hasta ahora, sólo han concitado expresiones de preocupación. De acción para frenar la matanza muy poco, pese a que el Secretario General de la o­nU, Ban Ki-moon pidió una acción internacional para detener la guerra en Siria, al afirmar ante una sombría reunión de líderes mundiales “que el conflicto que estalló hace 18 meses es una calamidad regional con ramificaciones globales”.

Las inacciones culpables y las contradicciones son frecuentes. Por ejemplo,  en 2011, “mientras la policía iraní tiraba de gases lacrimógenos y porras eléctricas para dispersar a los manifestantes antigubernamentales” y continuaba la discriminación contra la mujer,  “…la Comisión sobre la Situación de la Mujer de las Naciones Unidas se preparaba para acoger en su seno a la República Islámica de Ahmadineyad y compañía” (Mehrtash Rastegar y Nir Boms. Irán y la farsa de las Naciones Unidas. Libertad Digital).
Hay más: la Comisión de Derechos Humanos de la o­nU, en toda su existencia condenó solamente a Israel. Nunca se ocupó, por ejemplo, de Sudán, cuyo régimen había cometido el genocidio en Darduf, ni del gobierno de la Cuba de los Castro que encarcela a ciudadanos por su disidencia, ni de Hugo Chávez que limita la libertad de expresión en Venezuela, y tampoco de Mugabe, que  ordenó asesinatos de políticos.
Por otra parte, hay la tendencia de usar esta tribuna mundial paraexhibir una lista de los logros –a veces supuestos– internos. Esta es la otra cara: la de la comedia.
Es más: hay quienes, ligeramente, pretenden obtener soluciones a sus problemas y diferendos sólo con sus letanías de reclamos, lamentos y clamorosos pedidos de justicia. De la  misma manera son protagonistas de esa comedia los que, al responder, apelan a la altanería y a la rudeza, siempre innecesarias.
Estos planteamientos –hay que repetirlo–,  y el uso de la réplica  torpe, aleja la posibilidad de soluciones negociadas. Ni la mendicante reclamación ni la torpeza rinden frutos.

La petulancia que deforma la investidura de algunos oradores en la Asamblea de la o­nU también se manifiesta en la pretensión de señalar caminos a sus pares con consejos no pedidos. Al hacerlo, sólo ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Finalmente, los problemas internacionales se resuelven por dos caminos: el impensable y estúpido de la guerra, o el sensato de las negociaciones. No hay rutas intermedias, ni atajos.

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