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Álvaro Riveros Tejada

El descalabro del déspota


2011-08-28 - 22:46:09

A escasas horas de la caída del dictador de Libia Muhammad Gaddafi, nos llama poderosamente la atención la similitud del libreto que manejan los autócratas, al momento de verse perdidos. Casi todos, sin excepción, declaran que saldrán muertos del poder y/o resistirán su derrota hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, a tiempo de su captura, como lo fue con Antonio Noriega, Nicolau Chauchescu o Saddam Hussein, se tornan en humildes corderitos, mostrando que son más inofensivos que una malva.

Lejos quedaron las poses histriónicas y de falsa valentía que esgrimían, cuando todavía se hallaban rodeados de sus adláteres y sus sayones dispuestos a acabar con cuanto inocente cristiano se cruzara en su camino. A su alrededor solo deambulan las almas de esos pobres diablos que, mandados por ellos, murieron amarrados a un cinturón de explosivos con la única esperanza de alcanzar el paraíso que se les prometió más allá de su muerte. Entretanto, estos impostores no cargan consigo ni una triste pistolita que dignifique su captura. En la mente de estos bellacos, sólo se anida la idea de mantener los túneles de escape expeditos y la seguridad de que sus mal habidas riquezas se hallen a buen recaudo.

Especialmente Gaddafi fue un frio asesino a quien no le tembló la mano a tiempo de matar inocentes. Entre sus innumerables crímenes, según relata su propio ex ministro de Justicia Mustafá Abdeljalil a un periódico sueco, fue el propio Gaddafi que en 1988 dio la orden de derribar el avión de Pan Am en su vuelo 103 sobre la localidad escocesa de Lockerbie, ataque que costó la vida de 270 pasajeros. Entonces, es fácil colegir que con esa misma frialdad ocasionó la muerte de  más de veinte mil libios, cifra que viene costando hasta la fecha su derrocamiento.

Sin embargo, lo más espeluznante de esta historia es que aún existen psicópatas que aplauden los crímenes del dictador y sin ruborizarse defienden su causa. Algunos gobiernos latinoamericanos defienden la permanencia del tirano, dejando entrever que un común denominador los une a éste, siendo muy fácil inferir que es el dinero robado a sus pueblos y depositado en los bancos de Trípoli, el factor principal que los vincula.

Lo curioso del caso es que se trata de desconocer la propia resolución de las Naciones Unidas, apoyada por todos los países sin excepción, que autorizó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a prevenir y evitar, en lo posible, el genocidio que el tirano desató contra su pueblo.

Hoy, a pocas horas de que el opresor aparezca con su cara de yo no fui o ajusticiado por sus víctimas, muchos aprendices de autócratas y el mundo entero deberán tomar como lección este descalabro del déspota.

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