PresentaciónTurísmoBlogshoybolivia | FacebookJuegosRSSYoutubeTwitterMóvil
Viernes 29 de marzo 2024 Contacto
InicioPortadaDestacadasEspecialesBoliviaTemas
CuriosidadesEspectáculosArte y CulturaHoy EventosMujer

           
Marcelo Ostria Trigo

¿Nos gusta que nos mientan?


2011-08-07 - 23:06:05

Los seres humanos frecuentemente faltan a la verdad: unas veces para obtener ventajas, otras para dañar al prójimo o para ocultar malas conductas e, inclusive, es un modo para vengar agravios supuestos o verdaderos. Pero las mentiras mayores –si hay una jerarquía en estas- son las que provienen de los autócratas, cuyo designio manifiesto es dominar a los ciudadanos.

Daniel Pliner, en un notable comentario publicado en La Nación de Buenos Aires (“Mentirme me gusta”, 05.08.2011, de esto deriva el título de esta nota), dice: “… muy  probablemente, nunca tendremos las certezas suficientes como para despejar los signos de interrogación. A quién le importa. Mentir rinde, en cualquiera de sus formas: negar la verdad, eludirla, contarla a medias, sacarla de contexto, echar a rodar informaciones no comprobadas.”

En esto de mentir, hay un mecanismo que, hábilmente usado, sirve a ciertos regímenes para el disimulo y para buscar justificaciones a lo censurable –si no a lo delictivo–; es el mal uso del “maravilloso instrumento del poder” que reconocía como tal un destacado protagonista en la vida pública boliviana.

El uso de la información deliberadamente falseada tuvo expresión superlativa en Paul Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich alemán. Y persiste aún. “Hoy –observa el citado Pliner refiriéndose a un país vecino, pero aplicable a cualquier sociedad actual– lo falso consigue sostenerse por sí mismo sin que sea necesario su par dicotómico: es decir, lo verdadero.”
Precisamente en eso –es decir que la mentira se autosostendría luego- se basaba la tarea efectiva del jerarca nazi: “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Aunque en esencia, siempre sea una mentira...

La mentira usada en la vida política generalmente se ceba en el sectarismo y daña el prestigio, la integridad y la imagen de las personas y aun de las instituciones. Frecuentemente, si proviene de los que están en el poder, queda impune. Esta conducta política de la falsedad, se vale de un instrumento poderoso: la propaganda. Hay la convicción de que quienes la usan desde el poder, tienen licencia para mentir. Es la propaganda que se diferencia de la necesaria información para que la ciudadanía conozca la marcha de un gobierno que se precie de estar al servicio del pueblo.

En el autoritarismo populista la mentira se consagra por los seguidores que, en alarde de culto a la personalidad –o al partido-, se convierte en una verdad que no se puede discutir. El filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais afirma que la democracia no es compatible con la destrucción de lo que Hannah Arendt llamaba “verdades de hecho”. En efecto, reafirma esta aserción poniendo de manifiesto: “La destrucción de las verdades de hecho y su sustitución por una “verdad” de régimen son, en efecto, una de las características esenciales de los totalitarismos”. Y añade: “Un Gobierno que miente a los ciudadanos es en consecuencia un Gobierno que les priva de su soberanía, esa soberanía que, por medio de un mandato, constituye la única fuente de legitimidad del Gobierno”.

Realmente lo precedente no es parte de un enunciado teórico; es, en cambio, una realidad que distingue al populismo en trance de convertirse en una dictadura.

En nuestro país, como otros donde predomina el populismo, la mentira forma parte de una estrategia política. Lo que se afirma desde arriba tiene un trasfondo malintencionado que guarda falsedades o verdades a medias. Hay, sin  embargo, un refrán  popular que advierte: “la mentira tiene patas cortas”. Aún así, no creo que nos guste que nos mientan.

Copyright © Hoybolivia.com Reservados. 2000- 2024
Optimizado para Resolución 1024 X 768 Internet Explorer 4.0, Netscape 4.0, Mozilla Firefox 2.0