Muchos no quedamos sorprendidos al saber que el presidente, en una conferencia de prensa en Nueva York –fue a Naciones Unidas a hablar sobre el agua como derecho humano–, insistió en atacar a Estados Unidos. Nuevamente dijo que la DEA y el embajador Goldberg, al que guarda singular encono, estuvieron en trajines para alentar un golpe para derrocar a su gobierno. Esto lo viene repitiendo con mucha frecuencia, junto a sus agresivas críticas al capitalismo y a los neoliberales bolivianos.
Pero esta vez tuvo otra ocurrencia que sí nos tomó por sorpresa. Abandonando su arrogancia de “épico luchador” contra el “imperio”, afirmó: “Le tengo mucho miedo al gobierno de Estados Unidos”. El temor declarado por el jefe de Estado Evo Morales es que agentes norteamericanos le planten droga en el avión presidencial, o que busquen otra manera de inculparlo por supuestas relaciones con el narcotráfico.
La nueva denuncia del presidente, sin embargo, no parece, como las anteriores, que esté destinada solo a incomodar al “imperio”. Para causar esa incomodidad bastaba con las ya conocidas acusaciones, sin pruebas, aunque ya se haya gastado el cuento de los afanes subversivos alentados por Washington. Esta vez, la nueva acusación de una operación estadounidense para perjudicar personalmente al presidente, probablemente tiene otro trasfondo.
Lo que puede ser explosivo es el resultado, a partir del próximo dos de septiembre, del juicio en Miami contra el ex zar antidrogas del gobierno de MAS, el general retirado de la Policía Boliviana, René Sanabria Oropeza, que se declaró ante el tribunal que sustancia la causa penal en su contra, culpable de conspirar de para ingresar cocaína en Estados Unidos.
Se ha afirmado que la pena que correspondería al confeso policía, sería su encarcelamiento de por vida. Pero es sabido que en el sistema judicial estadounidense los fiscales pueden negociar con los imputados penas menores y, en algunos casos, hasta la absolución, si los implicados cooperan en las investigaciones que esclarezca totalmente el delito cometido, en este caso revelando quiénes fueron los coautores y los cómplices de Sanabria en Bolivia.
El temor, entonces, no es al gobierno de Estados Unidos, sino a lo que pudiera revelar Sanabria ante la justicia norteamericana. Se trata, entonces, de adelantarse, acusando al gobierno estadounidense que planea involucrar al régimen con el narcotráfico. El presidente no estuvo solo en esta sorpresiva maniobra. El señor Iván Canelas, ministro de informaciones, ha expresado el mismo temor, el que ya ha cundido en el entorno gubernamental: "Tenemos que estar preparados –advirtió–, van a aparecer nombres. Uno, dos, tres nombres, no lo sabemos. Pero van a salir personas, aunque no sean culpables, porque lo que buscan es desestabilizarnos". Claro que se refiere a que es posible que salgan a relucir nombres de personajes del oficialismo.
Por supuesto que no se ha escuchado a nadie dudar de la culpabilidad del general detenido. Él fue el comandante de una fuerza especial de la policía, organizada hace muchos años para luchar contra el narcotráfico y conocía el negocio criminal de cerca. Y sabía que es enormemente lucrativo. Finalmente, no es creíble que Sanabria no haya contado con la participación de otros personajes.
El miedo no es al gobierno norteamericano, sino a lo que diga el 'narcogeneral confeso'. Entonces, cuando cante el enjuiciado, se dirá: “vieron, ya lo advertimos; es una venganza política del imperio...”.
