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Marcelo Ostria Trigo

La campana de cristal


2011-07-20 - 12:45:43

Con mucha frecuencia nos sorprenden unos anuncios desbordantes de un optimismo ajeno a la realidad: “Todo marcha bien y lo mejor está todavía por venir”. Se exhiben indicadores socioeconómicos y estadísticas para probar que el “proceso de cambio” está bien encaminado y que es notorio el avance en la tarea de edificar una nueva sociedad fundada en los valores de culturas milenarias. Que, pese a los enemigos internos y externos –los neoliberales reaccionarios y el ‘imperio’ capitalista–, se va a lograr ‘vivir bien’, con dignidad, justicia, poniendo en vigencia una nueva concepción de la democracia, con el rótulo de ‘comunitaria’.

De esta manera se elude la obligación de todo gobierno de rendir cuentas y, a la vez, que se mantienen ocultos sus designios de dominación. Esta obligación, por otra parte, se ve reducida a slogans que se repiten en discursos monocordes y agresivos, producto del sectarismo; todo en pos del objetivo final: eternizarse en el poder. En estos discursos no se omite la autoalabanza –la que en boca propia es vituperio–. Y predominan sentimientos negativos: odio, rencor y afanes de venganza por agravios, supuestos o verdaderos. Se advierte, asimismo, recurrentes afanes de convencer sobre la infalibilidad del caudillo: “Si él lo ha dicho tiene la razón, como siempre”. Así se van creando convicciones ajenas a esa realidad que resulta esquiva para quienes desean hacerla suya.

Es, entonces, que nace la soberbia y la arrogancia cayendo en el mundo de la fantasía. El propio caudillo cede a la tentación de aislarse y termina por creer en lo que le dicen en su círculo cercano y, por supuesto, en lo que él mismo proclama: que estamos muy cerca de la prosperidad (no hay que olvidar el vaticinio de que en tres lustros alcanzaríamos los niveles de desarrollo de Suiza, y ya pasan más de cinco años y seguimos estancados…); que sus enemigos –el ‘imperio’ capitalista incluido– están siendo vencidos; que el socialismo avanza y que la prosperidad ‘está a la vuelta de la esquina’.

Refugiado en una campana de cristal, el caudillo disimula la verdad; está ajeno al mundo y la crítica le resulta perversa y falsa. La realidad, sin embargo, es otra: se han desperdiciado años –ya van cinco– que debieron ser de bonanza.

No es extraño que un caudillo termine por creer en lo que le dicen sus adláteres.
En esas circunstancias, los corifeos se encargan de cercar al caudillo que, convencido de sus virtudes, ya tiene alterada la realidad o, por lo menos, no está consciente de ella. Es una constante que en regímenes en los que se practica el culto a la personalidad sean corrientes las hipérboles y las crudas exageraciones, entre ellas la aseveración de que el caudillo, por sus merecimientos inigualables, debe ser glorificado y premiado con honores y títulos.
Es también frecuente que el propio caudillo procure que se le reconozcan sus dudosos méritos. De eso hay ejemplos poco edificantes: en 1939, Adolfo Hitler fue nominado al Premio Nobel de la Paz por un parlamentario sueco que supuestamente veía en él al hombre “que quería evitar la guerra a toda costa”, y José Stalin, el responsable de la muerte de millones de sus compatriotas por motivos políticos, fue candidato a ese mismo premio dos veces: en 1945, justo al final de la Segunda Guerra Mundial, y en 1948, por su empeño “en mantener la paz mundial”.

Algunos caudillos pudieron darse cuenta de que vivieron aislados, en una campana de cristal, y no lo quisieron admitir; otros se fueron sin advertirlo.

Pero la historia no perdona.

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